Domingo, 24 de abril. En la mesa de al lado, en la terraza de la cafetería, dos parejas hablan sobre la corrupción. Alaban el papel fundamental que está jugando la Prensa. A gusto me metería en la charla para criticarles por sus loas a la Prensa, en general. Desearía recordarles que, mientras algunos periodistas -pocos- nos liábamos la manta a la cabeza, otros transigían con el intento de inventar una ley que nos amordazara (ay, la «difamación»), y nos calificaban de «amarillos» y pedían que se nos atara a un código «deontológico».
Pero guardo silencio. Por respeto a la intimidad.
A la mía.
Lunes, 25 de abril. Julio Anguita critica que se hable de «la clase política». Afirma que no hay más clases que las sociales. Fueron los reduccionismos simplistas de este tenor los que hicieron decir a Marx: «Yo sólo sé que no soy marxista».
La gran mayoría de los políticos profesionales actúan en la práctica como colegas. Es corriente verlos moverse en alegre compadreo, y hasta defender conjuntamente sus intereses corporativos, más allá de sus diferencias partidistas. Por ejemplo, en materia de sueldos. A veces no solo parecen una casta, sino también una clase... de escuela. «Nosotros no somos delatores», dijo hace poco alguien del grupo mixto, que había denunciado el voto irregular de varios diputados socialistas, cuando se le pidió que diera los nombres. Se calló. Claro: está feo chivarle al profe las trastadas de los compis.
Martes, 26 de abril. La columna avanza lenta bajo los primeros ocres del día. A su frente, un vehículo de la Guardia Civil hace destellar una luz anaranjada. Otro cierra el breve cortejo. No vigilan la marcha de protesta. Se limitan a protegerla de los coches que silban a su lado y enfilan hacia la cercana capital, indiferentes bajo el cielo de plomo.
Vienen de Linares. Sí, Linares: ¿ya no recuerdan? Es cierto que eso fue antes de lo de Sudáfrica, antes de lo de Mariano Rubio, antes de lo de las monjas de Ruanda. Pero ellos siguen viviendo, y siguen con su problema a cuestas. Qué quieren: no saben gran cosa sobre medios de comunicación. Vieron que los diarios hablaban mucho de ellos, se emocionaron y tuvieron una idea que les pareció buena: harían dos marchas, una hacia Sevilla y otra sobre Madrid. No contaron con que aquí, en la capital, la gente engulle las noticias a velocidad de vértigo. Por eso las digiere tan mal.
-Tenemos la moral muy alta -oigo por la radio a uno de ellos-. Pero no es lo mismo. A los que van hacia Sevilla los aclaman a la entrada de los pueblos. Aquí, en cambio... -Y se calla. No quiere soltar que «aquí, en cambio», la mayoría se limita a verlos pasar.
¿Y qué se esperaban? ¿No sabían que aquí la gran especialidad de la mayoría es ver pasar? La mayoría lo ve pasar todo. Todo.
Con una sola excepción: Felipe González. Él no pasa.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de abril de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de abril de 2013.
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