Qué mala suerte: el mismo día que habían elegido los partidos políticos con representación parlamentaria para debatir sobre la adopción de un código de honor que acabe con el transfuguismo, va y sale la noticia del intento del PSOE de Sanlúcar, en Cádiz, de sobornar a un concejal del PP, por nombre Manuel Ramírez, para que, en vez de secundar una moción de censura en contra del alcalde socialista, se fuera a Lisboa a darse un garbeo. A cambio, le ofrecían 50 millones de pesetas, el compromiso escrito de nombrarlo concejal de fiestas en la próxima legislatura... y los billetes de avión para Lisboa.
Esta variante sanluqueña de corrupción política en grado de tentativa presenta dos novedades de importancia. Primera: que se firmara un contrato para certificar el soborno. (A decir verdad, no estoy del todo seguro de que esta innovación sea demasiado astuta). Segunda: que no se pretendiera comprar al político en cuestión, sino sólo alquilarlo por un día.
Esta idea, en cambio, me parece en extremo inteligente. Como ya demostró hace muchos años Boris Vian, comprar políticos (o jueces, o policías) es un engorro. Te obliga a cargar con ellos de por vida. Es mucho mejor alquilarlos para cuestiones puntuales, que se diría ahora -tal moción de censura, tal sumario, tal vista gorda ante un delito-, y que luego se busquen ellos mismos la vida como puedan.
Escucho a don Manuel Ramírez en Onda Cero. Dice que rechazó los millones que le ofrecían porque estaba en juego su honradez. Y precisa: «Mi honradez; pero no política, sino personal».
En esa distinción, que el probo concejal hizo sin malicia alguna, está la clave de todo.
En mi concepción de la vida -obviamente pasada de moda-, la ética política y la ética personal se funden: son la misma cosa. Uno es honrado porque sabe que tiene una obligación con los demás. Se trata de una actitud social y, por ende, genuinamente política. Pero cuando la política se entiende no como responsabilidad ciudadana, sino como profesión, como modus vivendi, entonces todo pasa a estar en el alero. El poder deja de ser un medio para convertirse en un fin, y la corrupción -sea personal o en grupo- se torna inevitable.
Si el transfuguismo consiste en cambiar de chaqueta ideológica, todos los grandes partidos lo han practicado una y otra vez, en masa. Dicen hoy A, y mañana B, y tan campantes. No quieren el fin del transfuguismo, sino, como mucho, el del transfuguismo individual, por libre. Y no por principios -eso ya no se lleva-, sino por interés: para mantener sus rediles en el debido orden.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de octubre de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de octubre de 2010.
Comentarios
Escrito por: .2010/10/22 12:36:26.393000 GMT+2
De todas maneras, como bien observas, se le puede aplicar perfectamente a Rosa Aguilar.
Escrito por: PWJO.2010/10/22 22:50:0.225000 GMT+2
Escrito por: PWJO.2010/10/24 20:17:49.655000 GMT+2