Cada verdad que se pretende absoluta encierra siempre una falsedad. A veces, incluso, una falsedad absoluta.
Los discursos de nuestros políticos -de la mayoría de ellos- se nutren de presuntas verdades absolutas. De sedicentes absolutos, convertidos en tópicos.
Escucho a Aznar, recién llegado a Oropesa: «Cuantos estamos en contra de la violencia...». Pero, hombre de Dios: sólo un perfecto insensato puede estar «en contra de la violencia»; así, en general. Y, desde luego, es falso que lo esté él, que es presidente del Gobierno de un Estado. El Estado es la forma más acabada de organización de la violencia.
Sucede que, si admitiera ese hecho -por otro lado elemental-, se vería obligado a entrar en una reflexión alambicada, necesaria para determinar qué violencia es justa -o imprescindible, que viene a ser lo mismo- y qué violencia no lo es, porque podría o debería evitarse. Y él prefiere abstenerse de ese género de cavilaciones. Su mentor Fraga se ha expresado siempre de modo radicalmente diferente: «El Estado ha de tener el monopolio de la violencia», dice. Lo afirmaba ya con gran fervor cuando era ministro de Franco.
Aznar opta por hacer como si el aparato coercitivo del Estado -ejército, tribunales, cárceles, policía, etcétera- no tuviera nada que ver con la violencia. Como si los ciudadanos que se atienen a las leyes lo hicieran unánimemente porque les sale del alma, y jamás por temor a ser castigados.
Cualquier día inscribe al Estado en la lista de las ONG.
Prosigue Aznar: «Todos los demócratas debemos unirnos para lograr...». Los demócratas: otro tópico campanudo y huero.
En sentido estricto, demócrata es todo aquel que se aviene a que el voto de la mayoría sea el que ponga y quite a los gobernantes. No es gran cosa. Milosevic, que fue elegido por medios democráticos, no rechaza que otras urnas puedan descabalgarlo. Wesley Clark, que ahora sabemos que estuvo a punto de prender la mecha de la III Guerra Mundial, también acepta que los gobernantes salgan del voto de la mayoría. Otrosí: jamás he oído a ningún reo de los GAL defender la dictadura como forma de Gobierno. Que no cuente Aznar conmigo para marchar codo con codo con demócratas de esa laya.
Por lo demás, que decida la mayoría está muy bien, pero hay que decidir qué mayoría decide.
¿Qué mayoría debe decidir sobre el Ulster? ¿La mayoría de los irlandeses del Norte, la mayoría de todos los irlandeses, la mayoría de la UE o la mayoría del orbe? ¿Y sobre Euskadi? ¿Y sobre Navarra? ¿Y sobre Ceuta? ¿Y sobre Melilla?
Hay tantos demócratas como mayorías posibles. Ni cabe unirlos a todos... ni falta que hace.
Javier Ortiz. El Mundo (4 de agosto de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de agosto de 2012.
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