Algunos jefes del PSOE hablan correctamente. No es el caso de su portavoz, Ciprià Ciscar. Don Ciprià hace meritorios esfuerzos por vocalizar bien. De hecho, las contorsiones maxilares a las que recurre con tan loable objetivo rozan lo prodigioso. Pero vocalizar, con estar bien, no lo es todo. En ocasiones, puede resultar incluso contraproducente: cuando alguien suelta disparates, sale ganando si no se le entiende.
Pérez Rubalcaba, en cambio, sí habla bien. Y Borrell también. Ambos acostumbran a decir lo que quieren, y lo dicen recurriendo a las palabras que convienen. Que convienen a la gramática y que convienen a sus propósitos.
Porque ése es su verdadero secreto.
Muy pocos políticos cuentan en España con esa doble capacidad. La gran mayoría pone tanto cuidado en no dejar que salga de su boca nada que contraríe sus intereses que se olvida de la necesidad de que las frases tengan finalmente un verbo principal, un sujeto y unos complementos concordantes.
Por eso son dignos de estima -de alguna estima- los pocos que, como Pérez Rubalcaba o Borrell, se desenvuelven con soltura en ambos escenarios: en el de la política y en el de la gramática.
No cabe decir lo mismo, ni mucho menos, de quienes hacen de portavoces del PP.
Rara habilidad la suya. Cada vez que presentan un nuevo argumento en público, se las arreglan para tomarlo por su lado más abstruso y desconcertante; acto seguido, lo explican con la mayor torpeza imaginable, echando mano de las comparaciones y los ejemplos más improcedentes.
El festival de los 200.000 millones nos ha dado la demostración más acabada de ese singular arte suyo. Primera torpeza: centrarlo todo en la cifra. Por muy diligente que se hubiera mostrado Hacienda a la hora de llevar los expedientes a los tribunales, no habría ganado todos los pleitos. En rigor, es imposible saber cuánto dinero hubiera podido ingresar. Segunda bobada: la de pretender que con esos ingresos se podría haber aumentado este año el sueldo de los funcionarios. De haber hecho las cosas debidamente, las pelas habrían entrado en las arcas públicas hace años. Tercer desliz imperdonable: ¿a quién se le ocurre meter en danza la tontería de las «pruebas»? ¿Cabe imaginar que el ministro del ramo hubiera escrito un oficio diciendo: «De cara a ayudar a los amiguetes de mi jefe, el corrupto González, (a) Señor X, le ordeno a usted...», etc.? En fin, y como broche de oro, la genialidad de Rodríguez: eso de que cada español habrá de pagar cinco mil pesetas para cubrir el desaguisado del PSOE. Como si las cuentas del Estado fueran las de la vieja y se tratara de pagar a escote el recibo del lechero.
Es obvio que los del PP, en esto de la polémica, no dan la talla.
Pero se las arreglan, de todos modos. Porque, si ellos fallan a la hora de explicar sus razones, los del PSOE también se hunden a otra hora. A la de explicarse ante el juez.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de enero de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de marzo de 2013.
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