He leído no sé dónde que han expulsado de una carrera ciclista a cuatro corredores italianos porque se habían dopado. Parece que hay ahora mismo también un lío de mucho cuidado en el fútbol italiano con la cosa del dopaje.
No tengo ni idea de ciclismo. No lo he practicado desde que cumplí los 18 años, cuando me autorizaron a gozar de las infinitas ventajas del motor de explosión. Pero tampoco lo del ciclismo es singularidad, en mi caso: en general, no sé nada sobre ninguna práctica deportiva. Todas me parecen peligrosísimas. La gente que conozco que practica algún deporte anda siempre con escayolas, vendajes y cojeras.
Reconocida mi ignorancia y mi prevención ante los sobreesfuerzos corporales -exceptuando alguno que no hace al caso mencionar en este momento-, diré que todo el asunto del dopaje en el deporte, tan traído y llevado desde el Tour, me tiene perplejo. ¿A cuento de qué someten a tamaña vigilancia a los deportistas? O, por precisar más la causa de mi mosqueo: ¿por qué a los deportistas sí y a los demás profesionales no?
A menudo me he preguntado qué resultados daría un control anti-doping a la salida del Congreso de los Diputados. Esos políticos que son capaces de mantener un debate de horas y más horas y salen tan frescos, ¿de veras que no se meten nada? Anda ya. Y si les hicieran análisis de sangre a los participantes en oposiciones, ¿qué resultados darían? No quiero ni pensar qué sucedería si se hiciera lo propio con los escritores y periodistas. Ya me veo el titular de la noticia: «Ordenan retirar de las librerías la última novela de Fulano de Tal. Los análisis han demostrado que escribió varios capítulos con media tajada». O bien: «Censurada la columna que escribió ayer Zutano. Dio positivo en las pruebas de nicotina».
Si de lo que tratan es de proteger la salud, ¿por qué sólo la de los deportistas, y no también la de los políticos, los pintores, los policías y los apicultores, por ejemplo? Y si lo que quieren es preservar la igualdad de posibilidades de la competición, ¿por qué no aplicar la misma regla a todas las muchas competiciones que hay en esta vida, incluidas las electorales?
Entiendo perfectamente que haya controles de alcoholemia en las carreteras, porque un conductor bebido es un peligro para los demás. Pero no los entendería si el objetivo fuera impedir que los automovilistas se hagan polvo el hígado.
La salud es un capital fijo: allá el que quiera gastárselo en 40 años, exprimiendo sus posibilidades a tope, en vez de administrárselo para que le dure 80 o 90.
Lo de citius, altius, fortius no es sólo el lema olímpico. La sociedad actual lo ha extendido a todas las actividades. Día a día se nos exige que vayamos más y más lejos, que subamos más y más alto, que seamos más y más fuertes. Muy pocos son capaces de responder a esa terrible exigencia sin ayuda.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de agosto de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de agosto de 2012.
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