El relato de la última operación policial en la que han sido capturados dos presuntos miembros de ETA con dos presuntas camionetas y media tonelada de presunta cloratita me pareció inverosímil desde el primer momento. Pero el hecho no tiene mayor importancia, porque no tengo fama de creerme las versiones oficiales de nada. En términos generales, no me creo ni lo que cuentan los ministros ni lo que cuentan los medios de comunicación (que, por otro lado, suele ser lo mismo).
Lo singular es que esta vez parece que hay bastante gente que comparte mi escepticismo. Gente de la que habitualmente traga carros y carretas. No porque sea tonta -o no necesariamente porque sea tonta-, sino porque lo considera un deber patriótico. Se lo oí decir con cruda franqueza en la noche del lunes al presentador de Hora 25 de la Cadena Ser, Carlos Llamas: «Ya sabemos -vino a decir: ésa fue la idea- que las autoridades están obligadas a ocultar una parte de la verdad cuando se trata de la lucha contra el terrorismo, y lo damos por bueno. Pero todo tiene sus límites».
Según han pasado los días, cada vez hay más personajes ilustres que se apuntan al club de los escépticos. Los últimos han sido Felipe González y Juan Carlos Rodríguez Ibarra, cosa que a Mariano Rajoy le parece «una vergüenza nacional».
Pero la culpa no la tienen ellos, sino el ministro del Interior, que se ha vuelto un haragán en materia de mentiras. La historia ésa de los dos activistas que roban sendas camionetas en Francia, atraviesan con ellas la frontera, recorren media España cubierta de nieve avanzando siempre por carreteras secundarias -tomándose tal vez de manera demasiado literal la máxima de Tácito: «En el riesgo hay esperanza»- y, así que se les presenta la ocasión, se accidentan un poco y se echan espontáneamente en los brazos de la Guardia Civil... pues bueno, no es que no me la crea yo: es que no se la cree nadie. Sobre todo después de oír a los vecinos del lugar en el que fueron detenidos que la Guardia Civil llevaba varios días ensayando controles allí.
Llevamos ya meses con el mismo guión: ETA manda a activistas con explosivos hacia la capital de España y la Guardia Civil los intercepta sistemáticamente -¡y casi siempre de manera fortuita!- antes de que lleguen. Lo cual ocurre por norma en momentos en los que al Gobierno le viene de cine que ocurra algo así. Hasta ahora, sucedía eso, Acebes contaba su película y, aunque las piezas encajaran de aquella manera, la oposición y los medios lo daban todo por bueno, sin hacer comentarios (en voz alta, quiero decir). Con lo cual el ministro se acostumbró mal y llegó a la conclusión de que ya podía contar cualquier cosa. Como por ejemplo que ETA, en una exhibición de laissez faire casi neoliberal, había dejado a los dos chavales que eligieran ellos mismos el objetivo del atentado. O que el mismo activista que se entregó a la Guardia Civil sin que nadie se lo pidiera, luego no ha querido «colaborar» en los interrogatorios (es como si hubiera dicho: «Mira, es que yo por las buenas, lo que quieras; pero si ya te me pones así...»). ¿Y qué no decir de eso de que ambos se han negado a ser reconocidos por el médico forense?
Se les ha ido la mano. Mucho.
¿Cuál es la verdad? No lo sé. Tengo mis hipótesis, pero son sólo elucubraciones propias de una mente retorcida. De lo que no tengo duda alguna es de que la historia de Acebes no tiene un pase. Ni aunque el capote lo tengan sus devotos socios del pacto antiterrorista.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de marzo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de mayo de 2017.
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