Recibo por correo electrónico el comunicado que ha firmado el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, lamentando -en términos nada «equidistantes»: sabe que le conviene curarse en salud- las muertes de Basurto y de Leiza. Sólo una frase del episcopal escrito se escapa de la estricta rutina. Dice que no se resigna a soportar el recrudecimiento de la violencia y añade: «...por muy previsible que pueda parecer».
Uriarte no explica por qué preveía que la violencia iba a recrudecerse, pero tampoco hace falta. Todos cuantos nos echamos las manos a la cabeza cuando supimos que el Gobierno y el PSOE habían decidido que para apagar el fuego no hay nada como echarle aceite estábamos haciendo la cuenta atrás desde hace semanas.
Esto -ya lo sabemos- no ha hecho más que empezar.
Escucho las reacciones ante ambos sucesos. Son todas tan previsibles como las palabras de Uriarte. Y como los hechos mismos. Incluso son previsibles las tonterías del delegado del Gobierno para Euskadi, Enrique Villar, que expresó ayer su esperanza de que los jueces acaben poniendo a buen recaudo tanto al Ejecutivo de Ibarretxe como al Parlamento de Vitoria. Y se quedó tan ancho.
Supongo que nadie se tomará la molestia de pedir su destitución. Para qué. Su nivel de inteligencia está a la altura de la importancia de su cargo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (25 de septiembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de enero de 2018.
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