Cuando las tropas francesas entraron en España en 1808, Napoleón Bonaparte afirmó que su propósito era liberar al pueblo español de una Monarquía oscurantista y permitir su acceso a los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Fue veraz al denunciar el oscurantismo de Fernando VII. Mintió descaradamente al disfrazar de emancipadores sus propósitos imperiales.
Cuando, poco a poco, aquí y allá, primero unos cientos, luego algunos miles de españoles, casi siempre pertenecientes a los sectores más encerrados en el integrismo católico y más hostiles a la libertad de pensamiento, fueron decidiéndose a tomar las armas contra el invasor y sus servidores locales -que los hubo, y no fueron pocos- sirviéndose de formas de guerra irregular, pronto englobadas con el nombre de guerrilla, los propagandistas napoleónicos los tildaron de bandoleros (de hecho, algunos lo habían sido, y lo seguían siendo en horas libres).
Les negaron la categoría de soldados. Y no les faltaba su punto de razón, porque las acciones de los guerrilleros, con cierta frecuencia, no se atenían ni poco ni mucho a las llamadas «leyes de la guerra». Hay constancia histórica de que realizaron no pocas ejecuciones sumarias -unas veces por razones personales, otras por evitarse los engorros de las garantías procesales- y de que practicaban el pillaje.
Cierto es que las tropas invasoras no se comportaron con mucho mayor respeto por las normas del Derecho, como mostró elocuentemente Francisco de Goya en el óleo que retrata los fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío.
Hace unos días, la corresponsal de El Mundo en Irak entrevistó a un grupo de combatientes, de los que atacan como pueden a las fuerzas de ocupación. Uno de ellos señaló que se limitan a seguir el ejemplo de los guerrilleros españoles que se enfrentaron a los invasores franceses.
El paralelismo es indiscutible. Los tiempos históricos son muy distintos, pero los elementos de diferencia operan más bien a favor de los guerrilleros iraquíes de hoy. Para empezar, las leyes internacionales que protegen la integridad e inviolabilidad de los territorios nacionales son hoy en día mucho más estrictas que a comienzos del XIX. En segundo término, Napoleón puso en el trono de España a su hermano José siguiendo una vía sin duda forzada y tortuosa, pero dotada de los requisitos formales de la legalidad, logrando el apoyo de la máxima autoridad del país invadido (*). No es ése el caso, desde luego, del Irak actual.
Vistas así las cosas, a los guerrilleros iraquíes de hoy no les ampara un menor derecho, jurídico y moral, que a los españoles de 1808.
¿Son terroristas? No, en sentido estricto. Lo esencial, lo que define la acción terrorista es que siembra el terror en la población civil para que la exasperación y la desesperación de ésta fuercen a sus gobernantes a ceder. Terrorismo, en rigor, fue lo del FLN argelino. Fue también terrorista la acción fundacional del Estado de Israel. Como es terrorismo lo que está haciendo ETA. Todos ellos atacaron -o atacan- a la población civil de sus enemigos.
Pero los guerrilleros iraquíes no atacan a la población civil del enemigo, básicamente porque ellos actúan sólo en Irak y el enemigo no tiene población civil en Irak.
«Con independencia de las motivaciones y de las razones que se alegue, el asesinato de José Antonio Bernal en Bagdad es un acto terrorista», dijo ayer un representante del Ministerio español de Exteriores.
Pues no. A no ser que aceptemos que todo aquello que va en contra de los EEUU y de sus aliados es terrorista, por las mismas que todo aquello que hacen los EEUU y sus aliados es justo y democrático.
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(*) Napoleón consiguió que Fernando VII devolviera la titularidad de la Corona a su padre y que éste se la traspasara. Hecho lo cual, El Deseado no sólo aceptó lo sucedido, sino que mostró sin parar su adhesión inquebrantable a la nueva situación durante los seis años de dorado exilio que pasó en el castillo de Valançay.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de octubre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de octubre de 2017.
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