Me he quejado con amargura de la importancia desorbitada que los medios de comunicación, incluyendo los que se pretenden más serios, han dado durante este verano a noticias que en tiempos aún no muy lejanos habrían ocupado como mucho una columna en las páginas de sociedad. El crimen de Coín, por ejemplo. El País llegó a ironizar -levemente, por supuesto- con ese tremendismo tan en boga... el mismo día en el que las novedades del asesinato de Coín ocupaban una página entera de su periódico, con llamada en portada, en tanto las nuevas del accidente de Repsol YPF en Puertollano merecían apenas media página, y bastante más atrás.
Creo que mi crítica es merecida. Y oportuna, tal como se están poniendo los periódicos, que recuerdan cada vez más a lo que fue en tiempos El Caso.
Pero no debe deducirse de ello que un diario riguroso deba relegar obligatoriamente las noticias catalogadas como «sucesos». Ni mucho menos. Hay algunas que, tras su apariencia anecdótica, circunstancial, tienen lo suyo de categoría, o de muestra de un problema social, colectivo. En su día, en mis tiempos de subdirector de El Mundo, defendí que la noticia del asesinato de una mujer por su propio marido mereciera un titular destacado en la portada del periódico. Nunca lo habíamos hecho hasta entonces. A fuerza de insistir en ello, logramos que los demás medios entraran al trapo y que la mal llamada «violencia doméstica» se convirtiera en materia de debate político y social.
No me parece mal, ni mucho menos, que den importancia -por ejemplo- a las tormentas, las riadas y las inundaciones. Lo que no resulta aceptable es que hablen y hablen de esos fenómenos sin mirar más allá de sus narices. El viernes pasado, un noticiario de televisión dedicó cerca de un cuarto de hora a relatar un buen número de sucesos de ese género, que estaban siendo frecuentes por aquí y por allá, pero no dedicó ni un minuto a analizar sus causas. No digamos ya a denunciar cómo las consecuencias negativas de algunos de ellos se habían acrecentado considerablemente por culpa de obras o de desidias humanas.
Si me rebelo contra la importancia desaforada que se le está dando al asesinato de Coín es por eso. Para mí que se ceban en él precisamente porque no tiene revés social. O por lo menos nadie se lo ha encontrado. Todas las reflexiones que se pueden hacer sobre él son del género: «¡Pobrecilla!», «¡Y con lo mona que era!», «¡Hay cada desalmado!», «Es que tan jovencita, y sola... pero tampoco les puedes prohibir que salgan». Y en este plan.
En cambio, los grandes medios huyen como de la peste de otros sucesos. Por ejemplo: hace algo así como diez días, un hombre y una mujer se suicidaron poniéndose en la vía del tren, de pie, cogidos de la mano. Un Talgo se los llevó por delante. Fue, creo, cerca de Cartagena. Las crónicas, brevísimas, dijeron que hacía meses que ambos se habían quedado sin trabajo y vivían en la completa indigencia. Lo único que tenía cada uno de ellos era... al otro.
Me hago cargo que de un suceso así tampoco les conviene hablar mucho.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (7 de septiembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de diciembre de 2017.
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