Se pasan el día diciéndolo: «En Euskadi solo hay dos bandos: los que matan y los que no».
Sospecho que lo repiten mucho para tratar de disimular que no lo tienen nada claro. De hecho, actúan como si pensaran todo lo contrario: apenas han acabado de hacer esa afirmación y ya están arremetiendo de nuevo contra «los que no matan pero son cómplices de los que matan», que siempre son exhibidos en procesión ritual camino de la picota: el consabido padre Arzalluz, el obispo Setién, el PNV, EA, Elkarri et alii. En la práctica, ven dos bandos, pero no los que enuncian seráficamente: ponen en el bando de enfrente a bastantes que no matan (y en el propio a algunos que sí, pero ése es otro asunto).
El error es inicial. La división entre los que matan y los que no puede hacerse -y debe hacerse-, pero es solo una de las muchas que cabe establecer en Euskadi. También es posible distinguir -y se distingue, aunque se diga en voz más baja- entre nacionalistas y españolistas. Y entre aquellos que desearían que el terrorismo de ETA acabara por eficaz aplicación del conocido principio del general Custer y quienes piensan que, más allá de que sea necesaria y posible -o no-, una solución negociada sería preferible.
Estas dos últimas distinciones son tan reales y operativas como la primera. En algunos casos, incluso más. Hay gente que siente tal aversión por el nacionalismo vasco que no puede evitar que los nacionalistas violentos y los no violentos se le aparezcan mentalmente como una sola amalgama inextricable. Y, aunque se proponga de cuando en vez distinguir entre violentos y no violentos, enseguida se le olvida. Y al revés: hay nacionalistas vascos tan enquistadamente hostiles a lo español que, aunque tengan claro que la no violencia es un valor prioritario, no logran evitar que en ocasiones se les fundan los plomos. Y cuando los plomos se funden, no se ve claro.
Afrontada con serenidad esa realidad -porque se trata de una realidad-, lo siguiente que se impone es decidir qué hacer con ella, o a partir de ella, si es que se puede hacer algo.
Lo que se ha dado en llamar el conflicto vasco no es un conflicto, sino dos. Las reivindicaciones nacionalistas son muy anteriores a la violencia armada y reclaman un tratamiento propio. Es un hecho que la mayoría del pueblo vasco considera que su autogobierno actual es todavía insuficiente. Claro que también es un hecho que fuera de Euskadi son amplia mayoría los que están convencidos de que las aspiraciones nacionalistas vascas resultan excesivas.
¿Cómo podría solucionarse eso? No lo sé. Sería necesario que alguien cediera, y bastante. Pero no me parece a mí que ninguna de las dos partes tenga muchas ganas de ceder. Más bien todo lo contrario.
Así que el conflicto armado no parece que esté en vías de solución, pero el no armado tampoco.
Qué delicia.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de mayo de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de abril de 2013.
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