Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

1998/07/22 07:00:00 GMT+2

Sólo faltaban los Romanov

Asesinar está muy feo. Lo tengo clarísimo. Aunque la víctima sea un cerdo de mucho cuidado. Aunque se haga en nombre de una causa justísima.

A decir verdad, estoy en contra del asesinato como método, en general, y como método político, en particular, con total independencia de quién sea el individuo cuya vida se suprime. Si me niego a aprobar la pena de muerte -la ejecute el Estado, una organización política o un particular metido a justiciero-, no es porque me preocupe la vida de todo quisque -hay tanta gente, y alguna tan prescindible-, sino porque la Historia ha demostrado hasta la saciedad que quien se pone a decidir sobre la existencia ajena se envicia: primero mata cuando no le cabe duda -y, aun así, a veces se equivoca- y luego mata ya a ojo, a voleo, por no discutir.

De modo que me parece fatal que los bolcheviques fusilaran al zar Nicolás II y a su familia.

Pero que su muerte fuera injusta no quiere decir, ni mucho menos, que el menda estuviera adornado por excelsas virtudes, que le hagan merecedor de grandes homenajes póstumos, como los que se le están ofreciendo ahora en Rusia. Nicolás II, lo mismo que su señora, eran gentuza abyecta, de la peor especie. Fueron responsables de la muerte de cientos, de miles y miles de ciudadanos de su Imperio. Muchos fueron subidos al cadalso por orden directa suya, a veces totalmente caprichosa. Otros perdieron la vida en los terribles campos de internamiento de Siberia de los que tanto gustaban. Otros fueron aniquilados en sanguinarias persecuciones raciales -los fatales pogromos antijudíos, alentados por ellos-, o de precursora limpieza étnica. Otros, innumerables, fueron neciamente sacrificados, enviados a guerras para las que no estaban preparados, y que no podían sino perder. Y cuando no propiciaron la muerte, sembraron el oprobio, la miseria y la opresión. Cárcel de pueblos fue llamada su Rusia. El juicio resultó benévolo.

Sin la explosiva mezcolanza de ignominiosa crueldad y estupidez que fue el Imperio de los Románov, sin la perfecta degeneración moral que esa dinastía perversa promovió en la Gran Rusia, sería imposible comprender el horror estalinista, en tantos aspectos fiel continuador -sólo formalmente inverso- de las prácticas represivas del zarismo, del espantoso refinamiento de la Ojrana -su policía política, tan dada a la tortura como al control social- y de su omnipresente y agobiante burocratismo.

Como la nueva clase dirigente rusa ha hecho del antibolchevismo su santo y seña -aunque buena parte de ella llegara a adulta bien instalada en el cómodo pesebre del estalinismo-, cree ahora que es de buen tono venerar las cenizas de los Románov. Demuestra con ello su falta de apego a las libertades. Oscila de autócrata en autócrata.

Pero no le riamos la gracia. Un asesino no es menos asesino por haber muerto asesinado.

Javier Ortiz. El Mundo (22 de julio de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de julio de 2009.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/07/22 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: preantología el_mundo nicolás_ii muerte 1998 urss rusia pena_de_muerte ddhh | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)