Supongo que es cuestión de escuelas. Y Josep Borrell, aunque pretendiera ocultarlo, no podría: pertenece a la escuela política de Felipe González.
Una de las más irritantes especialidades de aquel hombre -y cuidado que las tenía- era soltar evidencias insulsas cual si fueran verdades profundas. (Digo «era». Quizá lo siga siendo, pero me da igual, porque ya no me toca aguantarlas.)
Recuerdo con pesadumbre una declaración que le hizo en cierta ocasión a una de aquellas entrevistadoras de cámara (televisiva) que tenía. Exhibió la sonrisa maliciosa a la que recurría cuando quería dar a entender que iba a comunicar al mundo algo con mucha miga y dijo: «Mire, señorita: yo soy el presidente del Gobierno y, por consiguiente, voy a actuar como presidente de Gobierno».
Publica hoy El País una entrevista con el ahora presidente del Parlamento Europeo que está plagada de afirmaciones de ese tenor.
Una me ha dejado particularmente estupefacto. Dice Borrell a propósito -cómo no- del plan Ibarretxe que, para que ese plan instaurara un nuevo acuerdo entre el pueblo vasco y los otros pueblos integrados en el Estado español, no bastaría con que la parte vasca estableciera una fórmula a su gusto; que sería necesario que la representación de la otra parte admitiera esa fórmula.
El que fuera efímero candidato socialista a la Presidencia del Gobierno nos descubre que, para que se produzca un acuerdo entre dos partes, es imprescindible que se produzca un acuerdo entre dos partes. Muy profundo.
Suelta eso el ex ministro de González como quien ya ha resuelto el problema: que diga la ciudadanía vasca lo que le dé la gana que, mientras la autoridad del Estado haga oídos sordos, no habrá nuevo Estatuto.
Lo que el buen hombre no explica es cómo podría arreglárselas el Gobierno de Madrid, según él, para administrar la situación que se crearía en Euskadi en el caso de que una amplia mayoría de la población vasca se pronunciara en contra del statu quo y la respuesta que recibiera del Estado fuera que ajo y agua.
Me pregunto en qué parte del cerebro de Josep Borrell residirá la culpa. ¿Será asunto de pocas luces políticas, insuficiencia que le impediría ver que un conflicto real no se esfuma porque una de las partes implicadas se niegue a considerarlo?
No lo creo. Para mí que la cosa está más bien en su soberbia, que le mueve a creer que al personal se le puede torear de farol.
Lo pensó también su mentor González, y no le fue mal durante 13 años, pero acabó pagando el error. Ningún fuego de artificio resuelve los problemas reales. Como mucho los oculta por un rato. Pero, cuando la luz deja de deslumbrar, vuelven a aparecer tal cual.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de enero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de diciembre de 2017.
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