El recuerdo de muchos grandes personajes históricos aparece indeleblemente unido a gestos (el paso del Rubicón, la quema de las propias naves, la Larga Marcha, el viaje del Granma), que sus contemporáneos no acertaron a comprender en toda su hondura, pero que hoy son citados como muestras irrefutables del genio de sus artífices. Los anales de la Humanidad evocarán la genialidad de Felipe González ilustrándola con el gesto sublime que realizó el pasado viernes, cuando impuso a los socialistas españoles la jefatura parlamentaria de Carlos Solchaga.
González tira de Solchaga. Es aún pronto para interpretar la decisión, pero sabemos ya que hará Historia. Porque Solchaga no es cualquier cosa. Es muy poco probable que el siglo XX -y el XXI, a este paso- conozca otro personaje de una tan formidable capacidad destructiva. ¿Quién dijo aquello de el de Tafalla no da la talla? Habría que retrotraerse a la hierba hollada por el caballo de Atila para encontrar precedentes de su altura. Empezó su carrera política capitalina como jefe del grupo parlamentario socialista vasco. ¿Recuerda alguien qué fue de ese grupo? Le encargaron luego la reconversión de la industria: él demostró cuán rápido cabía dejarla en cero. Pusieron después en sus manos las arcas del Estado: las vació al punto. Me han dicho que algunos científicos están estudiando la carrera política de Solchaga, convencidos de que refuta el axioma según el cual «la materia ni se crea ni se destruye; sólo se transforma». Tienen razón: todo cuanto él toca se desvanece.
Ignoro para qué, pero resulta obvio que si González ha colocado el grupo parlamentario socialista bajo Solchaga es porque quiere destruirlo. ¿De qué técnica se servirá el hábil depredador esta vez? Quizá opte por privatizar el partido entero. Si es así, seguro que acaba poniéndolo en manos del BBV.
Javier Ortiz. El Mundo (28 de junio de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de octubre de 2012.
Comentar