Asegura Corcuera a todo el que le pone un micrófono por delante que no cabe investigar cómo se han utilizado los fondos reservados del Ministerio del Interior. Lo dice apoyándose en un argumento que se ve que a él le parece definitivo: si se investigaran, dejarían de ser reservados. Lo suyo es como lo de aquel que afirmaba que, por definición, es imposible perder un imperdible. Como si las palabras fueran un obstáculo que la realidad no pudiera franquear.
Es una simpleza. «Reservado» no equivale a «imposible de controlar». Hay países en los que los fondos reservados están sujetos a control parlamentario -y también judicial, llegado el caso- y no por eso dejan de ser reservados. Entre el control llevado a cabo con discreción y el descontrol absoluto hay un largo trecho que Corcuera, hombre poco dado a los matices -sobre todo cuando los matices le perjudican-, pretende salvar a patadas.
Me temo que el problema de Corcuera es que había llegado a creer que su tosquedad intelectual, su cachaza marrullera y su virulencia demagógica, tan celtibéricas ellas, siempre le sacarían de apuros. Pero esta vez no. Y la cosa se explica con bastante facilidad. Porque, si por desgracia abunda el personal que jalea esas actitudes cuando coinciden con lo que sus vísceras ultras le dictan -GAL, drogotas, inmigrantes-, son muy pocos los que simpatizan con ellas cuando de lo que se trata es de justificar el reparto de un taco de millones entre una banda de mandamases. Con un caso así, de nada le vale al exministro tratar de escudarse en viudas sin consuelo, huerfanitos desamparados y pobres funcionarios de entrega ejemplar. Su demagogia ha quedado esta vez aplastada por la mucho más vieja y poderosa demagogia de los hechos: la que emana de esa tragicómica ristra de sobres blancos repletos de billetes y cerrados con papel celo.
En manos de Corcuera, la cartera de Interior se llenó de dossiers negros. Bajo su égida, las libertades perdieron terreno, se amparó el terrorismo de Estado y no pocos casos de tortura quedaron impunes. Pero para hundirlo en el ostracismo político se requería que apareciera metido en un guirigay que uniese el fondo grave con la forma chusca.
Y es que está demostrado: para que aquí un escándalo sea completo y gane la calle por derecho propio hace falta que tenga algún aspecto de chufla. ¿Cuáles han resultado las cruces más pesadas de Guerra? El vuelo del Mystère y los cafelitos de su hermano. ¿Qué ha hecho más daño a la imagen de Boyer? La caseta del perro, los tropecientos baños y las porcelanas de su señora. ¿Cuándo ha sufrido más Solchaga? Con lo del «gratis total». Haga lo que haga, Corcuera ya jamás podrá librarse de las coñas sobre dinero negro, sobres blancos y papel celo.
En otros escándalos -y con otros tipos escandalosos-, los aspectos grotescos son un estorbo, porque desvían la atención del fondo de los hechos. En este caso, sin embargo, no. Son esenciales al personaje.
Javier Ortiz. El Mundo (12 de marzo de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de marzo de 2013.
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