Cuando los políticos sin principios -o con principios malamente definidos que se pierden en las brumas de sus difusos orígenes- pretenden hacer como si tuvieran un código de conducta estricto, les ocurre lo mismo que a los malos actores que no acaban de comprender el personaje que interpretan: o se quedan cortos y no dan la talla o se pasan y sobreactúan.
He leído que el líder de los socialistas madrileños, Rafael Simancas, ha lamentado los enfrentamientos que se están produciendo entre el alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre. Ha pedido a ambos «un ejercicio de mesura y de sentido común para que dejen sus enfrentamientos».
La cuestión no es que ese llamamiento sea hipócrita. Lo peor es que todo el mundo se da cuenta de que lo es. Suena a hueco. Nadie ignora que Simancas desea todo lo contrario, en realidad. Trata de darse aires de estadista de altos vuelos pretendiendo que está por encima de esas pequeñeces, porque para él lo que prima es «el interés de todos los madrileños», pero resulta cualquier cosa menos creíble. Todo quisque sabe que el PSOE madrileño, con el propio Simancas al frente, viene esforzándose en alentar el enfrentamiento entre Gallardón y Aguirre, y que está encantado de que vaya a más.
Y además hace bien. Y no sólo porque eso conviene a sus intereses partidistas, sino también porque, en contra de lo que él mismo alega con aire toscamente jesuítico, ese enfrentamiento no perjudica en nada a los intereses de la ciudadanía de la CAM.
De hecho, la rivalidad entre las administraciones local y regional representa un buen estímulo para ambas. Empuja a cada una de ellas a tratar de demostrar que es más eficaz y más útil que la otra.
Es cosa frecuente en países de larga tradición democrática que el electorado se incline por políticos de diferente signo según de qué elecciones se trate: locales, regionales, para los órganos de poder central... Lo hace precisamente para empujarles a rivalizar y a vigilarse mutuamente. Entiende que, gracias a esos contrapesos de poder, ningún partido puede sentirse por encima del bien y del mal, inmune a la crítica. En este caso, Gallardón y Aguirre son del mismo partido, pero como si no lo fueran.
Simancas lo dice todo pensando sólo en qué caerá mejor y qué peor. No se para a meditar en qué sentido tiene lo que ha afirmado, en el supuesto de que tenga alguno. Menos aún repara en si lo que dice tiene alguna relación con lo que hace.
Sobreactúa constantemente. Y el público lo nota.
No trato de emitir un juicio ético sobre la actuación de Simancas. No haría al caso. Le hago una mera observación técnica: cuando un prestidigitador no sabe esconder sus trucos, la gente acaba por no pagar la entrada para verlo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (2 de mayo de 2005) y El Mundo (4 de mayo de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. El apunte se titulaba Sobreactuantes. Subido a "Desde Jamaica" el 29 de octubre de 2017.
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