No he tenido ocasión de leer íntegro el discurso que pronunció el presidente del Euskadi Buru Batzar del PNV, Josu Jon Imaz, con motivo del 110º aniversario de la fundación de su partido, de modo que escribo apoyándome sólo en las crónicas del acto aparecidas en las ediciones digitales de la prensa vasca. De todos modos, tampoco voy a referirme al conjunto de su intervención, sino sólo a dos ideas que, según esas crónicas, recogió.
La primera es la de «soberanía compartida». Imaz defendió que Euskadi pacte con el Estado español un acuerdo de co-soberanía.
Ese planteamiento es erróneo, porque Euskadi y el Estado español no son entidades del mismo tipo. Cabe aspirar -yo lo hago- a que el pueblo vasco pueda pactar libremente con otros pueblos en condiciones de igualdad. En cambio, no puede haber relaciones de igualdad entre un pueblo sin Estado y un Estado.
En todo caso, para que el pueblo de Euskadi pueda decidir qué hace con su soberanía -dentro de las posibilidades que se le ofrezcan, claro está-, lo primero que necesita es que se le reconozca. Del mismo modo que para que alguien pueda casarse debe demostrar su capacidad legal para contraer matrimonio, para que un pueblo pueda fijar sus relaciones con otros ha de tener acreditado su derecho a hacerlo.
Lo cual nos retrotrae a lo de siempre: para que el pueblo vasco pueda optar -para que pueda optar por lo que sea-, la condición previa es que se le reconozca su derecho a decidir libremente. A su autodeterminación, en suma.
El otro pasaje del discurso de Imaz al que quiero referirme es aquel en el que hizo referencia a la caducidad de los conceptos de soberanía e independencia.
No vale la pena discutir hechos tan evidentes como que la realidad del mundo actual desdibuja la capacidad de los estados para decidir sobre muchas materias, que la economía globalizada neoliberal limita las posibilidades de intervención de los poderes políticos, etcétera. Tampoco parece necesario insistir en que la pertenencia a la Unión Europea impone un buen número de obligaciones a los estados miembros o, dicho de otro modo, que se ha producido una considerable cesión a las instituciones comunitarias de las atribuciones soberanas de los estados que participan de ellas.
Pero de nada de eso se puede concluir que ya dé lo mismo constituir un Estado o no.
La capacidad decisoria de los estados sigue siendo muy importante. De hecho, la UE controla sólo una parte mínima del PIB comunitario. Y los organismos de la UE siguen constituidos por estados, que defienden en los foros comunes sus intereses específicos, como se ha demostrado de manera muy aparatosa con el fracaso de la última Cumbre.
Gran Bretaña no se ha diluido dentro de la UE. Ni Francia. Ni Alemania. Ni Italia.
Que las independencias nacionales ya no son como las de antaño es evidente. Pero transformarse no equivale a desaparecer. Los términos «independencia» y «soberanía» reflejan hoy en día realidades diferentes a las de hace medio siglo. Pero reflejan realidades de mucho peso.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de agosto de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de julio de 2017.
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