Vuelo penoso, larguísimo, interminable.
Primero desde Madrid a París, con parada en el Charles de Gaulle. La tripulación está también deseando salir a fumar un cigarrillo, así que no pone dificultades a que hagamos lo propio. El record lo logro yo: cuatro en apenas 20 minutos. Me sigue de cerca Oneto, con tres.
Viene luego el sobrevuelo a las antípodas, o casi. Doce horas. Me he tomado un tranquilizante, pero la mezcla con el vino de las infinitas comidas y el cóctel de champagne creo que logra hacer el efecto contrario. Estoy como un amasijo de nervios, aunque hago como que no. Es increíble el interés que pone Singapore Airlines en que no paremos de comer y beber. Pero todavía más increíble es lo muchísimo que puede especiar las comidas. El enorme avión huele a especias que apesta. Acaba por revolverme las tripas.
Llegada a Singapur. Miro la ciudad-estado desde el cielo: es como un remedo de Manhattan. El aeropuerto ocupa una enorme extensión y tenemos que recorrerlo a escape, porque el vuelo de Yakarta sólo espera nuestra presencia para salir. Otras dos horas (algo menos) de vuelo hasta la capital de Indonesia. Perplejidad: en el aeropuerto nos esperan dos fotógrafos y un cámara. Despistado, comento: «Se ve que venía en el avión alguien importante». «Sí; nosotros», me contestan. Al parecer, van a hacer un largo reportaje sobre nuestra estancia en el corazón del Sudeste asiático.
Yakarta es enorme. 12 millones de habitantes. La miseria más total convive con un lujo que parece inevitable calificar de asiático. El guía -al que bautizo como Ibrahim, porque parece un viejo salsero cubano: ya todo el mundo lo llama Ibrahim, por más que el insista en que se apellida Sukarno- nos dice que mucha de esa gente malvive en chabolas «porque quiere vivir cerca de donde trabaja, aunque tenga un apartamento en condiciones en otra parte».
-Una especie de residencia secundaria, entonces -le digo, irónico.
Pero él se lo toma tal cual.
-Sí; algo así -me responde.
El Gran Hotel Meliá Jakarta es, según dicen, el más lujoso de la ciudad. Y los hay. En mi habitación se podría jugar un partido de tenis, siempre que se lograra sortear la cama cinemascópica. En el televisor se puede ver el canal internacional de RTVE: tanto da, porque es alérgico a las noticias. Instalo la infraestructura informática, me entero de cómo conectar con Internet a precio de llamada local, meto en la PWJO un aviso diciendo que la actualización llegará más tarde y salgo zingando. Tenemos previsto visitar un museo, el viejo puerto y una calle repleta de tiendas de antigüedades. El museo está cerrado por reformas. Mientras el autobús callejea por las sucias y mal asfaltadas avenidas abarrotadas de gente -Ibrahim pretende convencernos de que el Gobierno no las mejora porque, si no, los coches correrían demasiado- no pierdo ripio por la ventanilla. Pueden ir hasta cuatro en una motocicleta. Hay autobuses-camionetas en los que se hacinan hasta 30 personas. Y moto-taxis, del tipo de nuestras viejas isocarros. Las bicicletas sirven también para todo, aunque el transporte a hombros es también mi socorrido.
En el viejo puerto, nos sigue una nube de aspirantes a vendedores de lo que sea. Debemos tener una pinta horrible: media docena de europeos a los que siguen sin parar dos fotógrafos y una cámara de TV. Más miseria. Lo mismo que en la calle de las antigüedades. «Si les piden una cantidad, ofrézcanles la mitad, como mucho», nos previene Ibrahim/Sukarno. Pero quién es capaz de pararse a mirar nada. Se nos echan como una nube en cuanto desaceleramos el paso.
Regreso al hotel. En la radio local pone rumbas: «Una rumba por aquí, una rumba por allá...». No tengo ni idea de quiénes son. Las combinan con canciones de Paul McCartney, Simon & Garfunkel y Olivia Newton John. This is Jakarta Radio... RTVE sigue castigando a la comunidad internacional con un concurso vomitivo.
Hemos quedado para cenar pronto. El hotel tiene cuatro restaurantes. Alguien ha hablado de comida hawaiana. Yo necesito urgentemente un filete de buey con patatas. Y dormir, dormir, dormir.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (5 de noviembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de noviembre de 2009.
Roberto Díez escribió Soñando con Jamaica y hoy lo hemos recuperado para nuestra sección de Recuerdos. Gracias, Roberto.
Comentar