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1994/07/24 07:00:00 GMT+2

Sigue y sigue la gran farsa

La pasada semana presenté una ponencia en un aula de la Universidad de Verano de Maspalomas, en Gran Canaria, en la que defendí la tesis de que la situación de desmoralización general que estamos viviendo en España -desmoralización en los dos posibles sentidos que sugiere la palabra: como ausencia de ética y como desánimo- es el resultado de la gran farsa en que se basó la llamada «transición política», esto es, la sustitución de la carcasa política del régimen franquista por instituciones propias del sistema parlamentario. La comedia -que tuvo dos protagonistas: de un lado, los sectores más lúcidos y realistas del propio franquismo; del otro, los dirigentes de los partidos políticos ilegales que tenían homologación internacional- consistió en hacer como si: los franquistas hicieron como si ese cambio fuera resultado de la pura evolución de los tiempos, los antifranquistas en cuestión -los dirigentes del PSOE y el PCE, en particular- hicieron como si la lucha contra la dictadura hubiera triunfado y todos ellos hicieron como si no hubieran transcurrido cuatro décadas de desmanes y de crímenes y nadie tuviera derecho a pedir cuentas por ello. Con todo lo cual, la carencia de principios, la figuración y la burla al pueblo -a un pueblo históricamente paralizado por los miedos- pasaron a convertirse en piedras angulares del sistema.

A lo largo de la semana he tenido ocasión de leer dos análisis que tienen no poco que ver con el mío, pero que difieren en puntos fundamentales. Antonio García Trevijano, en su reflexión sobre lo ocurrido con la Junta Democrática y con la posterior Platajunta -en Maspalomas hube de explicar a los alumnos qué narices fueron ambas: ¡ha pasado tanto tiempo!-, llega a la conclusión de que González y Carrillo traicionaron la causa de la ruptura con el franquismo. Por su parte, Pedro J. Ramírez, en su «Carta del director» del pasado domingo, subrayaba acertadamente la debilidad que tuvo siempre la oposición popular al franquismo, como fruto combinado del miedo y del escaso arraigo del espíritu de principios, pero concluía que no deberíamos creer que «nuestra suerte estaría echada, hiciéramos lo que hiciéramos». Disiento de la creencia de ambos en que las cosas podían haber sido de otro modo. González y Carrillo no traicionaron nada: lo que querían era ponerse en las mejores condiciones para acceder al Poder, y a esa voluntad fueron perfectamente fieles -con muy desigual fortuna, eso sí-. En cuanto a nuestra Historia, ha estado y estará siempre marcada con el signo de la ignominia mientras el sentimiento más arraigado en la (in)cultura política general sea el miedo. A un pueblo dominado por el miedo no le interesa qué es más correcto y justo, sino qué resulta menos arriesgado. Y lo menos arriesgado es no oponerse al que manda. Vitorear las cadenas.

¿Fatalismo? Simple constatación.

Javier Ortiz. El Mundo (27 de julio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de julio de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1994/07/24 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: carrillo españa garcía_trevijano felipe_gonzález transición pedro_j_ramírez el_mundo 1994 | Permalink | Comentarios (2) | Referencias (0)

Comentarios

joder, este artículo tiene 16 años, y podría haberse escrito perfectamente ayer. grande Javier, como siempre. tu recuerdo vive, compañero.

Escrito por: .2010/07/25 06:21:22.960000 GMT+2

Completamente de acuerdo!

Escrito por: Dick Turpin.2010/07/25 13:06:17.011000 GMT+2

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