Lo peor de González es Serra. Jamás el uno habría llegado tan lejos sin el otro.
Alfonso Guerra pretendía que era el cocinero del Gobierno, y ése se suponía que era su trabajo. Pero se daba demasiadas ínfulas de Bocuse: iba de chef, y González no admite que en su negocio haya más jefe que él. No soporta que nadie presuma de tenerlo de maître.
En cambio, Serra es el cocinero perfecto. Hace la compra -compra todo lo que puede-, adereza las más increíbles ensaladas, sus guisos no tienen parangón... y, además, no hay peligro de que abandone la sombra: como todas los ortópteros, sufre de fotofobia. Serra, presunto de casi todo, no presume de nada.
Puede objetarse que, para ser cocinero, tiene un grave defecto: le encanta intoxicar. Pero eso sólo acrecienta sus atractivos a los ojos de González, porque tan singular afición, en la que sin duda es único, la ejercita exclusivamente con los enemigos comunes a ambos.
No lo conozco cara a cara -¿lo conoce alguien cara a cara?-, pero lo conozco bien. Sigo su rastro a diario. Me basta con leer o escuchar algunas presuntas informaciones para saber qué le preocupa, hacia dónde se orienta, qué trata de lograr. El cocinero tiene pinches en varios medios, y ellos le sirven de correveidiles. Cada vez que ustedes se topen en los medios oficialistas con la frasecita «según fuentes del Gobierno...», si lo que sigue les parece chocante o escasamente verosímil, no les quepa la menor duda: procede de él. Serra es del género de los que no se dejan arredrar por la realidad. Cuando la ruda verdad se interpone en su camino, él siempre se las arregla para que alguien le ayude a tratar de modificarla difundiendo a los cuatro vientos que, según fuentes extremadamente solventes -pero nunca identificadas-, las cosas no son así, sino asao. Si los periodistas tuviéramos realmente prohibido citar fuentes anónimas, Serra se hundiría en la más negra de las miserias.
El es una fuente de siete caños, pero subterránea. Nutre de aguas turbias la corriente de todas las alcantarillas.
Arranqué diciendo que es lo peor de González. Y a fe. De todos los complementos posibles del gran jefe de La Moncloa, Serra es el más nocivo que cabría encontrar. El vicepresidente potencia el lado más torvo, retorcido y cínico de González. Cualquier escrúpulo que pudiera asaltar al Number One -no hay que excluir la hipótesis- se lo disipa al punto el Number Two, demostrándole que, en lo que hace a doblez, mentira y traición, siempre cabe otra vuelta de tuerca más. Y otra.
Reconozco que Narcís Serra me fascina. Relativista como soy, dudo por sistema de todo aquello que parece absoluto. Pero él desafía los fundamentos de mi filosofía: si no es un intrigante absoluto, es lo más parecido a eso que cabe encontrar.
Vaya, que no me cae simpático. Qué le vamos a hacer. Cosa de gustos.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de enero de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 1t de enero de 2013.
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