José Bono ha declarado que su Gobierno no pedirá papeles a los inmigrantes, diga lo que diga la Ley de Extranjería. Hay que suponer que se refiere a gestiones para los que sí debería demandárselos, si se atuviera a la Ley. A mí esa norma legal me parece detestable, pero yo soy un particular y nadie espera que yo la ponga en práctica. Bono tiene otras obligaciones.
En condiciones normales, la actitud del presidente castellano-manchego resultaría insólita: un gobierno regional no puede saltarse a la torera una ley votada por el Parlamento central. Y menos presumir de que lo hará.
Pero las condiciones no son normales. Estamos ya acostumbrados a que los tres cabecillas regionales históricos del PSOE -Bono, Rodríguez Ibarra, Chaves- no se conformen con el título más o menos simbólico de barones y actúen literalmente como reyezuelos: el uno decide un buen día reinstaurar el sistema medieval de la picota, exhibiendo a determinados delincuentes en la plaza pública; el otro proclama con toda tranquilidad que él va a establecer su propio régimen fiscal, imponiendo a la banca obligaciones territoriales específicas; el tercero se mete a unificar manu militari las Cajas de Ahorro de su región o decide penalizar a las tabaqueras por su cuenta, como si en Andalucía el tabaquismo resultara más costoso para el sistema sanitario público que en la Rioja o en Murcia... Tanto les da lo que digan sus respectivos Estatutos de Autonomía, o la propia Constitución: su calle favorita es la del medio, y por ella tiran cada vez que les viene en gana. Y si el Estado les sigue, estupendo, y si no, que le den dos duros.
No quiero ni imaginar la que se armaría si Ibarretxe, en vez de limitarse a promover un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Extranjería a través del Parlamento de Vitoria, como ha hecho, hubiera proclamado que el Gobierno Vasco se pasará esa ley por el arco del triunfo cuando le venga en gana. El clamor habría sido instantáneo: "¡Separatista!". Pero como lo ha dicho Bono, que todo el mundo sabe que es un buen español y que incluso sale en procesiones bajo palio, pues el personal con peso en la Villa y Corte se lo toma como una travesura: "¡Hay que ver qué cosas tiene este hombre!".
Los presidentes de la España submadrileña se pasan el día haciendo críticas a los nacionalismos e invocando la unidad de España. Se ve que su pasión por la vieja España es tal que incluso están dispuestos a remontarse a sus más lejanos orígenes: a la España de los reinos de taifas.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (23 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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