Como no tengo tiempo de leerlo todo, a veces guardo recortes para mirarlos cuando pueda. Lo hice el otro día con una columna de Isabel San Sebastián titulada: ¿Se negociaría con los asesinos de Atocha?
Debo empezar por aclarar que mi interés provino de una confusión. Cuando leí «los asesinos de Atocha» pensé de inmediato en quienes acabaron a tiros hace tres décadas con la vida de cinco trabajadores de un despacho de abogados laboralistas sito en la calle de Atocha, en Madrid. Entendí que se trataba de preguntar retóricamente, apelando a aquel crimen concreto, algo más general y categórico: «¿Se negociaría con los asesinos franquistas?».
Lo cual me resultó chocante, por razones obvias: todos sabemos que la tan mitificada Transición española se basó en el pacto que sellaron in illo tempore los representantes de la llamada oposición democrática con los criminales del régimen franquista.
La pregunta se respondía sola. Puesto que los asesinos de Atocha, y los de Vitoria, y los de Montejurra, y tantos otros, fueron pistoleros que se beneficiaron del manto de silencio con el que se cubrió el pasado dictatorial de España, vaya que sí se negoció con ellos. O con sus valedores, que tanto da. Y lo peor no es que se negociara, sino que se acordó dejarlos impunes y permitir que prosiguieran sus muy productivas carreras. Pero no era esa pregunta –si seré zote– la que planteaba mi colega. Ella se refería a los asesinos del 11-M.
Era también, de todos modos, una pregunta retórica, porque con los asesinos del 11-M no parece que se pudiera negociar gran cosa, aunque se quisiera. El que no está muerto se encuentra preso o, en el mejor de los casos (para él), enterrado en vida.
Pero pongamos que estuviéramos hablando de sus jefes espirituales. De Osama Bin Laden y demás.
Seguiría sin estar claro de qué narices se trata.
¿Bin Laden? Vale. Los EE.UU. no sólo negociaron, sino que trabajaron con él para echar a los rusos de Afganistán.
Retrocedamos en el tiempo: también se sentaron en Ginebra con los enviados de aquello a lo que despectivamente llamaban Vietcong, terroristas arquetípicos. ¿Lo hicieron por gusto o porque no les quedó otro remedio?
Ahora Bush mantiene conversaciones con Siria e Irán, quintaesencia de los países gamberros.
Respondo a la pregunta: «¿Se negociaría con los asesinos de Atocha?» Y digo: cualquier gobernante sensato negocia con cualquier enemigo, por asqueroso que sea, si ese enemigo está en condiciones de causar graves males que quepa evitar por la vía de la negociación.
A veces los reproches más rotundos y campanudos tienen respuestas simplicísimas.
Hace algún tiempo alguien me hizo uno de ese género. Me dijo: «¡Cómo se nota que a ti no te ha matado ETA!».
A lo que respondí: «Pues, por lo que parece, a ti tampoco. Vaya, me alegro: estamos en las mismas».
Javier Ortiz. El Mundo (17 de marzo de 2007). Hay también un apunte de título parecido: Negocia quien no tiene más remedio. Subido a "Desde Jamaica" el 21 de junio de 2018.
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