Hace poco, tras una comida, a la hora del café, José Saramago me contó una divertida historia. Como no estoy seguro de que la vaya a escribir alguna vez él mismo, voy a transcribirla aquí, en la medida en que me lo permita mi floja memoria. No hay miedo: si un día la cuenta él, lo hará mucho mejor.
«Sucedió en uno de mis viajes a los Estados Unidos, al final de una conferencia», comenzó el escritor su relato. «Se me acercó un señor que se presentó como portavoz de una importante Fundación norteamericana. Me dijo que esa Fundación se vería muy honrada si yo aceptara formar parte de su Presidencia de Honor. Añadió que, si no tenía inconveniente, al día siguiente me visitaría en mi hotel el director ejecutivo de la Fundación para explicarme en qué consistía, cuáles eran sus fines, etcétera. Accedí al encuentro.
»Al día siguiente, en efecto, me encontré con ese señor en el vestíbulo del hotel. Venía acompañado de una señora, que no recuerdo quién era, si es que me lo dijo. Traía un buen número de álbumes y dossiers, que me fue enseñando. En efecto, parecía una Fundación con muchos medios y amplias influencias. Me mostró una serie de cartas de reconocimiento firmadas por dirigentes de mucho rango. (Una de ellas era del rey de Marruecos: no sé qué pudo hacerle suponer que me impresionaría).
»Tras un buen rato de explicaciones, no sólo me quedó claro que era una Fundación muy poderosa, sino también que estaba estrechamente vinculada al lobby judío de los EEUU.
»Terminado su parlamento, me preguntó si aceptaba formar parte de su Presidencia de Honor.
»"Agradezco infinito su invitación", le repliqué, "pero no puedo aceptar".
»Sorprendido, me preguntó por qué.
»Le respondí: "Señor mío: yo sé que el pueblo judío ha sufrido mucho a lo largo de la Historia. Sé que ha padecido persecuciones, pogromos, campos de concentración e intentos de exterminio en masa, y cuenta por ello con mi plena simpatía. Pero, desde hace más de medio siglo, el Estado sionista de Israel y quienes lo apoyan están infligiendo al pueblo palestino un trato que no se distingue esencialmente del que los nazis dispensaron a los judíos. El día que vea que su Fundación se solidariza con las víctimas del Estado de Israel, tendré muchísimo gusto en sumarme a su causa".
»La señora, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, intervino entonces: "¡Usted no entiende!", me espetó. "¡Usted no es consciente de que mi pueblo ha sido desde hace siglos un David en permanente lucha contra muchos Goliath!".
»"Señora", le contesté muy pausadamente, "me temo que la que no entiende es usted. Me parece que, por no entender, ni siquiera ha entendido nunca la verdad del combate de David contra Goliath. David no se enfrentó noblemente con su forzudo oponente: le disparó con un revólver. Usó una honda, que era el revólver de la época. Le disparó a distancia y lo mató. Para eso no se requiere valor: basta con sacar partido de la superioridad tecnológica del armamento disponible. Es exactamente lo que Israel viene haciendo con el pueblo palestino desde hace más de cinco décadas, gracias a los poderosos apoyos con los que cuenta: posee más y mejores armas, y las utiliza constantemente.»
Así lo contó Saramago, si la memoria no me falla. Y así os lo cuento yo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de junio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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