¿Cómo fue aquello de Churchill? «Blood, sweat and tears», ¿no? El Tercer Reich lanzaba ataques aéreos en tromba sobre Londres, la RAF no acertaba a detener la avalancha y era necesario que la población asumiera la realidad tal cual, en toda su crudeza.
Cuenta Aznar que le gusta «repasar (sic) la obra de Winston Churchill». Mucho me temo que este verano se haya pasado mucho con el repaso.
«Aún tendremos que hacer sacrificios», ha anunciado desde su Sanaí de Quintanilla, cual si España estuviera abocada a padecer alguna calamidad y a él no le cupiera sino preparar a la ciudadanía para sobrellevar la catástrofe.
Dejémonos de pamplinas. Él nunca dijo que su política para Euskadi consistiera en buscar el modo en que el terrorismo de ETA siguiera tal cual durante años y más años. Lo que aseguró sin ambigüedad ni reserva alguna es que ETA podía ser derrotada sirviéndose única y exclusivamente de métodos represivos, y que eso era exactamente lo que él iba a hacer durante su mandato. No lo ha conseguido ni de lejos y, en vez de asumir modestamente su derrota, admitiendo que teníamos razón los que predijimos que no lo lograría, discursea ahora con aire solemne acerca de lo mucho que habrá que aguantar aún en materia de bombas y de tiros.
«Con la ilegalización de Batasuna no ganaremos la guerra, pero sí una importante batalla», pronostica el vicepresidente Rajoy, que se desentiende de lo que pueda hacer ETA, asegurando que «si responde con atentados, se limitará a hacer lo que hace siempre».
Pero, ¿de qué va esta gente? ¿Qué clase de generales son éstos que reconocen estar librando guerras que no tienen ni idea de cómo ganar, en el supuesto de que pudieran ganarlas?
Por lo común, cuando las guerras se prolongan mucho, las ciudadanías no sueñan con la victoria de sus ejércitos en tal o cual batalla, sino con el cese definitivo de la guerra. Quieren vivir en paz. Pero Spain is different. Aquí la mayoría elige a un señor que promete acabar con la guerra, al cabo de unos años se le presenta y le dice que ni lo ha logrado ni sabe cómo hacerlo y ella, en lugar de mandarlo a freír espárragos y poner a otro con ideas más ajustadas a la realidad, lo aclama como gran estadista.
Entretanto, pone a parir a los únicos que lograron que hubiera una tregua prolongada.
Decía Hegel que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Podía haber afinado más la idea. No es que los tengan: es que se los buscan.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de septiembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de enero de 2018.
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