Cada vez que Garzón emprende una iniciativa espectacular, tiemblo. Las posibilidades de que salga mal, por una o por otra razón, son siempre altísimas.
Conozco a Garzón. Como persona, le pierde la soberbia. Por más que los muchos fiascos de su biografía no le autoricen en absoluto a ello, es evidente que se toma por la Santísima Trinidad hecha carne y toga. Es de una petulancia que, por momentos, llega a hacerse insufrible. Su ambición está en consonancia. Ambas le llevaron a hacer el ridículo en su paso por la política profesional. Felipe González se aprovechó malamente de su tendencia natural a disfrazarse de pavo real.
A cambio, como juez instructor deja mucho que desear. Recuérdese lo que hizo con el sumario de la "Operación Nécora": fue un churro. Malogró por completo la posibilidad de empurar a la mafia de la droga en Galicia.
No es sólo que su preparación técnico-jurídica tenga grandes lagunas. Es que, además, está tan absorbido por sus infinitas actividades sociales y por sus no menos prolijas conspiraciones políticas que apenas tiene tiempo de trabajarse los sumarios. Este último de la llamada "red Xaki" lo ha tenido dormitando durante meses. Es fácil que tenga un resultado final tan brillante como el de la Mesa Nacional de HB.
Por lo demás, como no tiene ni idea de política y de principios anda más bien escaso, cambia de bando cada dos por tres, según le sopla el viento. Empezó buscándole las cosquillas al PSOE con lo de los GAL, en un trabajo que los periodistas que investigaron el caso le fueron poniendo una y otra vez en bandeja. Luego se pasó al PSOE con armas y bagajes, con los resultados conocidos. Ahora, y pese a las faenas de tomo y lomo que le ha hecho el PP con el asunto de Pinochet, se ha entregado a Mayor Oreja en cuerpo y alma.
Me temo lo peor de semejante conjunción.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (8 de agosto de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de febrero de 2017.
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