Más de 650.000 españoles se movilizaron hace unas semanas para que las autoridades de Nigeria indultaran a una mujer, Safiya Husseini, que había sido acusada de adulterio y condenada a ser lapidada hasta la muerte. La campaña internacional tuvo el eco pretendido, la sentencia fue anulada y la señora Husseini quedó en libertad.
Reconozco que el episodio me produjo sentimientos encontrados. Me alegré, claro está, por ella. Pero no pude evitar preguntarme qué clase de sociedad es ésta, capaz de conmoverse circunstancialmente con un drama individual y de quedarse impávida ante los más espeluznantes horrores masivos.
Tomemos el ejemplo, bien actual, de la masacre que está perpetrando el Ejército israelí en Palestina. El ministro de Defensa de Sharon dice que le trae sin cuidado lo que pueda pensar la opinión pública internacional. Dudo que se permitiera esa chulería si la opinión pública internacional pensara algo. Aquí, al menos, está por verse que nuestra mayoría se conmueva ante la barbarie de un Gobierno que se pasa explícitamente por el arco del triunfo las resoluciones de las Naciones Unidas y la emprende en masa contra una población civil tomada por universal merecedora de las iras de su muy histórica ley del Talión, cada vez más asimilada a la del embudo.
He reparado en el ejemplo de Palestina, pero podía haber puesto muchos otros. Sobran. En China se aplica a diario la pena de muerte a presuntos culpables de delitos reconocidamente menores, condenados tras juicios carentes de la menor garantía legal. Las autoridades de los EE.UU. admiten sin inmutarse que no pocas de las personas que han sido ejecutadas allí a lo largo de los últimos decenios fueron enviadas a la muerte sin pruebas. Eso cuando el tiempo no ha demostrado que eran inocentes. ¿Hablamos de guerras y de poblaciones civiles diezmadas? En el mundo actual hay más de medio centenar de crueles conflictos bélicos de los que sólo nos hablan -y poco, y con desgana- cuando no queda más remedio, porque faltan las noticias de «verdadero interés humano» (entiéndase: cuando no ha sucedido nada en Operación Triunfo ni está en trámite de divorcio la hija de ninguna duquesa de verbo cristalino).
Le deseo lo mejor a la pobre Safiya Husseini. Pero no me engaño: sé que su caso ha sido bochornosamente utilizado para inyectar a nuestra sociedad la pequeña, la mínima dosis de buena conciencia que necesita para olvidar que no mueve ni un maldito dedo ante los muchísimos dramas masivos que deberían quitarle el sueño noche tras noche.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de abril de 2002) y El Mundo (3 de abril de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de abril de 2017.
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