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2002/08/24 06:00:00 GMT+2

Sacco y Vanzetti

Poco después de la medianoche del 22 de agosto de 1927 –hace ahora, por lo tanto, 75 años– el capitalismo norteamericano asesinó a dos inmigrantes anarquistas, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, sentándolos en la silla eléctrica.

No sé en qué medida los lectores de esta página conocerán el caso. Quienes no hayan oído hablar de él harían bien en consultar alguna enciclopedia: todas lo cuentan. Fue causa de una impresionante movilización de masas en todo el mundo.

Evocando el hecho, las mentes bienpensantes de los Estados Unidos hablan hoy de «error judicial». Reconocen que Sacco y Vanzetti fueron juzgados sin las debidas garantías, que el juez no se comportó con la necesaria imparcialidad y que el jurado se dejó influir por el clima político que rodeó el proceso.

Casi nadie duda ya de su inocencia. De hecho, las autoridades norteamericanas revisaron el caso en 1977 y decidieron rehabilitar la memoria de los dos ejecutados.

Me parece muy bien. Salvando un punto: no creo que haga al caso hablar de error.

Se habría tratado de un error si se hubiera pretendido hacer justicia y no se hubiera logrado. Pero el objetivo nunca fue ése. No lo fue en ninguno de los sucesivos eslabones de la cadena.

Desde que se enteró de la noticia del doble asesinato cometido para robar la nómina de la Women All American Shoes, la policía de Massachussets se puso a investigar en los círculos anarquistas de origen italiano, pese a saber sobradamente que los anarquistas ni se dedicaban a los atracos ni disparaban a nadie que no fuera un significado capitalista o un pistolero del Estado.

Detenidos Sacco y Vanzetti, el fiscal encargado de la acusación fabricó algunas pruebas y manipuló y ocultó otras. Como representante del Estado, actuó con plena conciencia de que su iniciativa carecía de base, pese a lo cual la promovió contra viento y marea.

El juez, que era conocido ya de antes por su carácter reaccionario y su odio hacia los anarquistas, condujo el proceso del modo más favorable a los propósitos del fiscal. Incluso se permitió hablar del asunto fuera del tribunal y se refirió a los acusados como «esos anarquistas italianos bastardos». Quitó importancia a los testigos que declararon que el día de autos que Vanzetti había estado cumpliendo con su trabajo de repartidor de pescado (consideró que se trataba de «solidaridad entre italianos») y dio validez plena a los que dijeron reconocerlo como uno de los atracadores, pese a que apenas habían tenido ocasión de verles la cara (de hecho, algunos se desdijeron más tarde o reconocieron sus dudas). Tras la condena, rechazó todas las apelaciones de los abogados, incluyendo una que aportaba el testimonio de un delincuente portugués que reconocía haber participado en el atraco, que aportó pruebas que demostraban la veracidad de su declaración y que decía que Sacco y Vanzetti no habían tenido ni arte ni parte en lo sucedido.

Todas las instancias superiores a la Corte de Massachussets ratificaron la sentencia a sabiendas de las muchas irregularidades que comportaba. Lo hicieron por «patriotismo», para confirmar la teoría del «enemigo interior» que, formulada inicialmente por el presidente T. Roosevelt y mantenida por sus inmediatos sucesores, tendría su máximo apogeo durante el maccarthismo.

El jurado popular estuvo en idéntica sintonía. De hecho, según todos los testimonios, el jurado se decidió por el veredicto de culpabilidad tras escuchar a Nicola Sacco criticar el «patriotismo» y declararse favorable al derrocamiento del capitalismo.

No recuerdo exactamente qué autoridad –creo que el gobernador del Estado de Massachussets– dijo en una conversación particular, evocada más tarde por su interlocutor: «No sé si ese par de italianos anarquistas cometieron o no el crimen por el que han sido condenados. Lo que sé es que, en todo caso, se merecen la horca».

No hubo, pues, ningún error. El establishment norteamericano de la época quería castigar de manera ejemplar a los anarco-sindicalistas, fuertemente organizados, y se sirvió para ello de Sacco y de Vanzetti, como años antes se había servido del inmigrante sueco Joseph Hillstrom, conocido por Joe Hill, que también fue ejecutado por un asesinato que no había cometido. Joe Hill, pionero de la IWW anarco-sindicalista, es recordado también por sus combativas composiciones musicales, antecedentes de las protest songs de los 60.

Según fue llevado ante la silla eléctrica encargada de poner fin a sus días, Nicola Sacco se volvió hacia los testigos y dijo, más que gritó: «¡Viva la anarquía!».

Han pasado 75 años. No diría yo que el ideal de la anarquía, tal como Sacco lo concibió, esté demasiado vivo. Sin embargo, se mantiene sorprendentemente joven su recuerdo y el de su amigo Vanzetti. Siguen publicándose libros sobre aquel proceso, siguen realizándose tesis doctorales, continúan filmándose documentales como el que me refrescó anteayer los datos de la historia. ¿Por qué? Porque, durante todo el largo calvario que pasaron desde su detención hasta su ejecución, ambos calaron en el corazón de millones de personas con su impresionante ejemplo de sencillez, de entereza, de integridad y de solidaridad. Demostraron hasta la evidencia su superioridad moral, en las grandes palabras y en los pequeños gestos (lo último que hizo Vanzetti antes de morir fue escribir una carta al hijo de Sacco, pidiéndole que honrara siempre la memoria de su padre).

Las terribles descargas de kilovatios de la silla eléctrica hicieron aún más vivo y luminoso su ejemplo.

Es verdad lo que dice la canción que Ennio Morricone escribió para el filme dedicado a relatar su caso: su agonía fue su triunfo.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (24 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de agosto de 2009.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2002/08/24 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: anarquismo usa diario sacco 2002 vanzetti migraciones | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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