Occidente se interesó por el África negra cuando ésta contaba con materias primas abundantes y valiosas. Los gobernantes europeos mandaron tropas y comerciantes, doblegaron o compraron a los caudillos locales, modificaron a conveniencia propia las económicas preexistentes -todo lo rudimentarias que se quiera, pero adaptadas a la realidad que las había generado- y reordenaron las sociedades tribales indígenas convirtiéndolas en tosca parodia de las nuestras.
Pasaron los años y Occidente fue perdiendo su interés por África. La resistencia anticolonialista armada de una parte de las poblaciones africanas y el hecho de que sus materias primas se habían tornado cada vez más escasas y prescindibles -la casi totalidad de ellas fueron reemplazadas ventajosamente por productos de fabricación europea- incitaron a las potencias coloniales a abandonar el continente negro. Pusieron una regla sobre el mapa, dibujaron toscamente sobre él un puñado de países y se largaron con la música a otra parte, salvando unos pocos territorios -Sudáfrica, Rodhesia- en los que aún había qué explotar. Lo que dejaron detrás de sí fue un conjunto de sociedades desarticuladas, en las que los usos y costumbres tradicionales habían sido barridos y los nuevos no habían arraigado. No les importó. A partir de entonces, las grandes potencias europeas sólo se interesaron por sus ex súbditos africanos en tanto que eventuales compradores de nuestras bonitas y muy eficaces armas.
¿Resultado? Ruanda, sin ir más lejos.
Asistimos a la terrible tragedia de Ruanda sacudidos por el horror. ¿Qué hacer? Es muy posible que, llegados a este punto, ya no quepa hacer nada. Urgido por la reacción ciudadana ante las imágenes de la TV -la CNN manda ya más en los USA que el propio Clinton-, el gobierno de Washington empezó a bombardear medicamentos. Pero para conservar los medicamentos se necesitarían unos frigoríficos que no hay, y para que los frigoríficos se pusieran en marcha haría falta una electricidad que no hay, o unos equipos electrógenos que no hay, que precisarían una gasolina que no hay, y todo ello requeriría de una infraestructura y una organización social inexistentes. El gobierno de París, muy decidido, mandó tropas. Desbordado por la realidad, se plantea ya retirarlas. No está nada claro para qué las envió, pero está muy claro que no lo ha logrado. Y no lo ha logrado porque el caos es tal que allí no hay manera de hacer nada que responda a un plan previo, ni para bien ni para mal.
Lo que hoy está ocurriendo en Ruanda es el fruto inevitable de la Historia. La barbaridad colonial creó las condiciones y la barbaridad local ha estallado sobre sus restos. Antes de la colonización, Ruanda estaba muy mal. Ahora corre el riesgo de no estar, sin más. Lo de antes era su desastre. Lo de ahora es, sobre todo, el nuestro.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de julio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de septiembre de 2012.
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