El sindicalista navarro Manuel Burguete cita a Mario Benedetti en su introducción a un libro que acaban de publicar otros dos sindicalistas, Olaizola y Berro. «Estamos rotos, pero enteros», dice Benedetti en el verso que Burguete hace suyo.
Compruebo que, gracias al cielo, siempre hay alguien en las mismas, con la revuelta y la poesía en el alma. Las obreras norteamericanas de los años 20 reivindicaban bread and roses. Pan, sí; pero el pan no basta: hacen falta también rosas. Hay algunos sindicalistas que siguen hablando de pan y rosas. No sé si aciertan en lo que piensan, pero sé, a cambio, que aciertan en lo que sienten: se sienten rotos (por las muchísimas batallas perdidas) pero enteros (por la conciencia de no haber doblado el espinazo).
Hoy en día prima el sindicalismo de pan sin rosas. Me comentan lo dicho en privado por un líder de CCOO, a cuento de las reuniones para el pacto social: «Quizá no nos quede más remedio que aceptar lo que nos den, aunque sea poco. Dejar la mesa de negociación sin haber conseguido nada resultaría deprimente». No es verdad. Perder no es deprimente. Lo realmente deprimente es aceptar mansamente que maltraten a quienes representas, poner la firma al pie de pactos humillantes, acabar ayudando tú mismo a que el adversario te venza. Los expertos en el repugnante arte de la tortura como método para arrancar una confesión tienen un norma básica: deben conseguir a toda costa que quien es torturado colabore en el propio tormento.
Con ese fin, le ordenan que haga esto o lo otro: que se coloque de puntillas, o en cuclillas, que sostenga objetos con las manos en alto, etc. Le pegan hasta lograr que lo haga. ¿Por qué? Porque saben muy bien que una persona puede llegar a soportar la quiebra total de su resistencia física sin perder por ello ni su autoestima ni su dignidad: queda roto, pero entero. En cambio, el que participa en su propio suplicio se degrada hasta acabar por despreciarse a sí mismo. Y de ahí a la rendición sólo hay un paso.
Es un caso extremo, sin duda, pero el principio psicológico en que se basa puede aplicarse a todos los órdenes de la vida. En realidad, se trata de una cuestión de filosofía general. ¿Qué es preferible: perder tras haber combatido con dignidad, o aceptar el humillante diktat del poderoso para ahorrarse media docena de tortas? La experiencia histórica es concluyente, y poco importa a estos efectos que se trate de países, de movimientos sociales, de partidos políticos o de individuos aislados: quien acepta una vez lo que sabe que es inaceptable pierde la energía moral necesaria para rechazarlo las siguientes. Acaba por convertirse en un juguete dócil en manos de su enemigo.
Deberían tenerlo en cuenta los dirigentes de nuestros sindicatos mayoritarios. Y recordar la gran diferencia que hay entre exigir y mendigar. Que no es decisivo que te rompan, con tal de seguir entero.
Javier Ortiz. El Mundo (25 de septiembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de septiembre de 2011.
Comentarios
Escrito por: kala.2011/09/30 14:50:26.363000 GMT+2