Retal 1
Se me ocurre el disparate: «En un alarde de españolidad y torería, la Conferencia Episcopal cambia el nombre de la festividad de San Francisco de Sales y la rebautiza como San Francisco de Ventas. "En latín, vale; pero en inglés, de ningún modo", ha declarado un tal Blázquez.»
Retal 2
Escrito en un papelillo perdido sobre mi mesa de trabajo:
«Si es verdad, como se dice en casi todos los entierros, que "los mejores siempre se van los primeros", ¿qué debemos pensar de la eyaculación precoz?».
No sé de quién es la salida. La copié porque era mía.
Retal 3
Me insisten: «Rajoy es homosexual. Tuvo un novio en Pontevedra durante siete años. Allí fue un asunto público y notorio. Se casó para disimular su condición».
El silogismo me deja pensativo.
Conozco a una mujer que se ha casado con otra mujer hace poco, inaugurando la cosa de los matrimonios gays. Me consta que durante decenios tuvo relaciones heterosexuales. No creo que nadie piense que se ha casado con otra mujer para disimular su condición de heterosexual.
En mi libro Matrimonio, maldito matrimonio (que, por cierto, se va a reeditar, aunque procuraré que sea con el nombre que yo puse al original: De cómo superar el matrimonio en 15 días y vivir con la obsesión eternamente) defendí la tesis de que muchas personas no son ni homosexuales ni heterosexuales: están homosexuales o heterosexuales en tal o cual momento de su vida porque la persona de sus apetencias concretas y tal vez pasajeras es hombre o es mujer.
Me da que esa tesis incomoda por igual a la mayoría de la gente gay y a la mayoría del personal heterosexual.
Retal 4
Siempre he considerado a la gente sin sentido del ridículo como poco española. De hecho, a los primeros individuos sin sentido del ridículo que conocí eran extranjeros. Nunca olvidaré a aquellos entrañables veraneantes europeos que se paseaban por el San Sebastián de los últimos 50 con pantalón corto, calcetines blancos y sandalias.
Tal vez por eso, con los años he dado en mirar con desconfianza el sentido del ridículo, y en especial el mío.
Cuando llegué a vivir a Francia, hablaba un francés bastante aceptable. Debía de serlo, porque incluso había ejercido en Donostia de profesor circunstancial de lengua francesa. Mi problema era que los franceses no podían apreciar la calidad de mi francés, porque me daba tanta vergüenza cometer errores que o bien no hablaba en absoluto o bien lo que decía lo emitía en voz tan tenue que no me oían. Mi sentido del ridículo me ponía en una situación ridícula.
He descubierto que mi sentido del ridículo me lleva a considerar ridículos los comportamientos que yo mismo asumo unos cuantos años más tarde. En 1992, sentí una honda sensación de vergüenza ajena en Milán, viendo cómo los italianos iban hablando por sus teléfonos móviles mientras paseaban por la calle. Ay, si hubiera sabido...
Retal 5
Miro por la ventana de mi casa, en Madrid. Pasa mucha gente.
Compruebo que cada vez hay más variedad de razas, de pieles y de estilos. También constato algo en lo que nunca había reparado: cada vez hay más mujeres. Por cada tipo de aspecto local que cruza la calle, lo hacen tres con traza de foráneos. Y por cada hombre, dos mujeres.
No sé en qué acabará esto, pero de momento tanto lo uno como lo otro me alegran la vista.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (1 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de septiembre de 2017.
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