El recurso es viejo, pero probablemente nadie haya echado más generosa mano de él en los últimos tiempos que el ex ministro de Defensa Federico Trillo Figueroa. En el tramo final de la pasada legislatura, cada vez que quedaban en evidencia sus muchas y variadas torpezas de palabra y de obra y alguien le preguntaba si pensaba asumir las responsabilidades correspondientes, él contestaba que las responsabilidades se dirimen en las urnas. Venía a decir que quien creyera que debía irse no tenía más que ayudar a que otro partido venciera en las elecciones, con lo que a él no le quedaría más remedio que abandonar el Ministerio.
Ahora que ya han quedado al desnudo sus chapuzas, sus negligencias y sus mentiras en relación al accidente del Yak-42, vuelve a refugiarse en la misma barricada: ya no es ministro; ya ha pagado el precio de sus eventuales errores.
He recordado antes que ese subterfugio no es de su uso exclusivo, ni mucho menos. También los felipistas lo emplearon con generosidad tras la victoria de Aznar en las elecciones de 1996. Cada vez que alguien amagaba con pasarles factura por alguno de sus desafueros pasados -varios de ellos descritos en el Código Penal con notable precisión-, contestaban de manera invariable: «Ya hemos dejado el Poder. ¿Os parece poca penitencia?».
El abandono del Poder es grave desgracia, desde luego, sobre todo para quien lo ambiciona como ninguna otra cosa, pero no lava de toda culpa a quien pasa por tan amargo trago. Un partido gobernante puede perder las elecciones por razones diversas. Cabe que a la mayoría del electorado no le convenzan las recetas que está aplicando, por honradas y lícitas que sean. Sin más. En ese caso, el voto no es de repudio, sino de mera preferencia. Además, cuando un gobierno es derrotado, pierden todos sus integrantes, no sólo aquellos que se han servido de sus cargos de manera inescrupulosa.
En suma: los purgatorios colectivos no sirven para expiar los pecados individuales. Trillo se quedó sin Ministerio, como el resto de sus compañeros y compañeras de Gabinete, pero de sus yerros, sus trampas y sus engaños particulares ha de dar cuenta él, específicamente. Por eso tiene pleno sentido reclamar que renuncie a su acta de diputado.
Se extiende estos días entre los afines al PP una línea argumental semejante para referirse a los trabajos de la Comisión parlamentaria sobre el 11-M: «No vale la pena dar más vueltas a lo que hicieron o dejaron de hacer Aznar, Acebes y Zaplana los días 11, 12 y 13 de marzo. Ya pagaron sobradamente el 14 por sus errores». Estamos en las mismas. Fuimos muchísimos los que el 14 de marzo no votamos al PP sencillamente porque no le hubiéramos dado nuestro voto de ningún modo, al margen de lo ocurrido en las horas anteriores. Es posible que una parte del electorado decidiera variar el sentido de su voto a la vista del bochornoso comportamiento del Gobierno en esas horas y que otra parte abandonara su idea inicial de abstenerse y acudiera a votar para castigar a Aznar y los suyos. Pero, mientras no quede claro qué sucedió realmente, si fueron torpes o canallas -o ambas cosas, y en qué proporción-, no sabremos si cabe considerar que su actuación es cosa ya juzgada o si cumple pedirles responsabilidades suplementarias, no incluidas en la derrota electoral.
Nada de echar tierra a nada. Lo primero de todo, conocer la verdad. Y lo segundo, sacar las consecuencias.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (8 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de junio de 2017.
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