Me preguntó el martes pasado el médico que tengo asignado en la Seguridad Social -que además de esforzarse por cuidar de mi físico se interesa también por mis escritos, el pobre- cómo me las arreglo para tener siempre algo sobre lo que escribir. Le contesté, como suelo hacerlo en estos casos, señalando la gran variedad de asuntos sobre los que es posible hacer algún comentario y apuntando, tal como lo hice por aquí hace unos días, que el mayor problema no es encontrar el tema, sino el enfoque, para no resultar demasiado topiquero, etcétera.
Horas después estaba escribiendo un artículo, no recuerdo bien cuál, en el que me pareció que encajaba una cita de un texto clásico latino. Para no patinar confiando demasiado en mi memoria, busqué en la Red alguna referencia a esa frase. Y encontré una: era mía, de una columna que publiqué en El Mundo hace años.
Eso ya me dejó bastante mosca. Pero lo peor vino cuando leí la columna: con otro pretexto -no demasiado diferente, por lo demás- seguía el mismo hilo y empleaba los mismos argumentos que creía haber imaginado ex nihilo momentos antes.
Me estaba copiando a mí mismo. Me estaba repitiendo.
El descubrimiento, para qué negarlo, me dejó un tanto abatido. Pero, así que me paré a pensar sobre ello, entendí que tampoco tenía nada de extraño. Si uno escribe a diario durante años y años, es fácil que al final no sea capaz de recordar qué ideas se le han venido a la cabeza, sin más, qué otras ha comentado con la gente cercana, pero sin llegar a escribir sobre ellas y, finalmente, cuáles se han convertido en artículos. Y, como a fin de cuentas uno saca siempre el agua del mismo pozo -el que le proporcionan sus limitados recursos ideológicos y culturales-, no resulta nada sorprendente que acabe repitiéndose.
¿Como limitar ese peligro? ¿Cómo saber que lo que estás escribiendo no lo has escrito ya antes?
Contar con un archivo que pudiera consultarse sobre la marcha estaría bien, pero sería muy trabajoso hacerlo: habría que incluir temas, ideas, nombres propios, citas... No parece factible.
Un remedio más sencillo sería escribir menos. A menos artículos, menos posibilidades de repetirse.
Debo confesar que durante un buen rato consideré seriamente la posibilidad de clausurar ya de una vez por todas este espacio en el que escribo a diario. Me dije que, puesto a hacer economías, lo más propio sería empezar por aquello que resulta menos productivo.
Pero luego derivé hacia otro tipo de ideas. O de sensaciones, no sé.
Me pregunté si repetirse es tan grave. Recordé cuán frecuente es en las parejas de viejos amantes que empiecen a contarse cosas que ya se tenían contadas, y no por ello se separan, y hasta se lo toman como motivo de chanza.
Se me ocurrió también que lo mismo estos Apuntes me pueden servir para que, cuando me repita y algún viejo lector se dé cuenta, me avise a tiempo y evite repetirme en el periódico, si es que pensaba llevar esa misma idea al gran público.
Con todo lo cual me fui dando cuenta de que cada vez me tomo menos en serio. Estoy rebajando sin parar mi nivel de autoexigencia.
Y eso no es lo peor. Lo más grave es que no me importa.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (5 de septiembre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de julio de 2017.
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