A lo que veo, la utilidad que tiene escribir acerca del problema vasco en El Mundo es ya prácticamente nula.
Siempre fue -desde 1966, sobre todo- bastante limitada. Pero quedaba un cierto margen. Ahora, si queda, yo no lo veo.
Cada vez que escribo una columna sobre asuntos relacionados con Euskadi me llega una abundante correspondencia electrónica. Las misivas se dividen en dos grupos antagónicos y numéricamente similares: unas están dedicadas a llamarme «terrorista encubierto», «cómplice de los asesinos» y lindezas semejantes; las otras, a decir que soy estupendo, que qué narices le echo, etcétera. Todas revelan lo mismo: que sus autores ya pensaban así antes de leer mi artículo, y que lo leído no les ha hecho replantearse nada que no tuvieran ya previamente decidido. Mis columnas sólo les sirven -a los unos y los otros- para reafirmarse en lo que ya tenían clavado a sangre y fuego en sus conciencias. Lo cual, para alguien que centra su empeño en animarse a pensar y en animar a pensar a los demás, presenta todos los rasgos distintivos del fracaso.
Sencillamente, no hay nada que hacer. Y en donde no hay nada que hacer, lo más práctico es no hacer nada.
Aquí, en el Diario, es otra cosa. Estamos más en familia. Con el tiempo, se ha ido seleccionando un público lector que, por lo general, participa de mi misma vocación de pensar y de afrontar los problemas existentes, por incómodos y antipáticos que resulten. Y de afrontarlos sin miedo a que resulten complejos y contradictorios. Gente de esa rara que se atreve a formular preguntas sin tener ya preparadas de antemano las respuestas.
Creo que voy a renunciar a escribir sobre Euskadi en El Mundo. Mi tierra se está poniendo cada vez peor, con dos bandos radicalmente decididos a zurrarse la badana, y no tengo el menor interés en contribuir a su decidida marcha hacia el abismo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (8 de julio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de julio de 2017.
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