Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán.
-¿Qué te han regalado los Reyes?
-Muchísimas cosas. Todo lo que no me han quitado -le respondo.
No es una salida de pata de banco, ni ganas de ponerme filosófico. Es la verdad, pura y dura.
Consideremos, por ejemplo, el día de ayer.
Por la mañana, me quedé encerrado en la habitación que me sirve de estudio, aquí en Aigües. Se estropeó la cerradura. «Bueno, qué se le va a hacer. Desmontaré la mierda ésta», me dije. Pero dentro del estudio no tenía ningún destornillador. Y tampoco podía saltar al jardín por la ventana, porque la verja de seguridad estaba cerrada y la llave que la abre la guardo en otro punto de la casa.
De haber estado solo, como lo estoy tantas veces, la habría hecho buena. No hubiera tenido más remedio que telefonear a algún amigo en Alicante -ésa es otra: encuentra a alguien en su casa un sábado al mediodía- para que se subiera hasta aquí con un destornillador. Tres cuartos de hora, como poco. Y, entretanto, el horno en el que se hacía la lubina a la sal, encendido.
Charo me pasó un destornillador a través de la verja de la ventana y en dos minutos todo estuvo solucionado.
Un regalo.
Peor fue lo de la tarde. Por la tarde cascó el ordenador. No me preguntéis qué le pasó. Sigo sin saberlo. Se ha hundido en una especie de bucle melancólico del que no hay manera de sacarlo. Ocurrió la cosa cuando me disponía a atender el correo electrónico, después de haber estado trabajando todo el día en la finalización de mi libro (y cuando digo «todo el día» quiero decir todo el día: he estado levantándome a lo largo y lo ancho de las vacaciones a horas inverosímiles para quitarme ese muerto de encima de una pajolera vez).
Pero los cielos me fueron propicios. Desde que llegué aquí, puse en marcha los dos ordenadores, el fijo y el portátil. Y los distribuí por tareas: el fijo lo destiné al trabajo en la página web y al correo electrónico; el portátil, al libro. Lo hubiera podido hacer al revés, pero lo hice así. Gracias a lo cual, las 25 o 30 páginas de sesudo ensayo final que había escrito a lo largo de las últimas 12 horas -descontados los periodos de alimentación, de bricolaje y de automedicación, destinada a sobrellevar el supercatarro que arrastro- quedaron al margen del desastre.
Como de la página web había hecho copia de seguridad en un diskete, el balance de daños se limita a los correos electrónicos de los últimos dos días. Los he perdido, y es una faena, pero de género menor. (*)
Otro regalo, éste realmente inapreciable.
Aparte de eso, nadie me ha regalado ninguna colonia. O sea, que no puedo decir que todo sea perfecto, pero casi.
-------
(*) Por cierto: si me has escrito en los dos últimos días y no te he contestado, ahora ya sabes por qué.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (6 de enero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de febrero de 2017.
Comentar