Denis Donaldson, que fue miembro prominente del Sinn Fein y agente a sueldo de Londres, fue asesinado la semana pasada en un aislado caserío de Donegal, en la República de Irlanda.
El IRA se declaró de inmediato ajeno al hecho. El Sinn Fein lo condenó.
No parece que vaya a ser fácil averiguar quién ha acabado con la vida del agente doble. Lo que está claro, a cambio, es que el autor o autores del crimen eligieron la fecha muy deliberadamente: faltaban pocas horas para el encuentro acordado entre Bertie Ahern y Tony Blair para relanzar el proceso autonómico de Irlanda del Norte, suspendido desde 2002.
Con independencia de que se tratara también de una venganza -lo que es probable, pero no seguro-, el asesinato de Donaldson fue una evidente provocación. O, para ser más preciso, un evidente intento de provocación. Porque resulta muy significativo que, al cabo de seis días, de entre todos los teóricamente provocados, sólo los unionistas radicales se hayan dado por aludidos. Han puesto en duda el abandono de la violencia del IRA y dado a entender que, en las actuales condiciones, puede que no sea posible formar un Ejecutivo en el que convivan unionistas y republicanos. Los demás -el Gobierno de Londres, el de Dublín, el IRA, el Sinn Fein y otros partidos que respaldan la resolución pacífica del conflicto- han denunciado lo que entienden como un acto destinado a sabotear la paz y dejado constancia de su voluntad de seguir adelante con el proceso negociador, sin entrar al trapo que les han puesto delante de las narices.
Nos encontramos ante una ocasión más -la enésima- de hacernos la tópica pregunta: Cui prodest? ¿A quién beneficia? Desde que se formuló en tiempos de la vieja Roma, ése ha sido siempre el mejor método para buscar a los autores de los crímenes.
En todo caso, la trágica muerte del tétrico Donaldson no va a reventar el proceso de paz irlandés, por una muy sencilla razón: sus principales protagonistas no están dispuestos a dejarse zancadillear. Los propios unionistas habrán de dejar de lado sus reticencias, a riesgo de verse aislados y señalados con el dedo público.
En los últimos días me han preguntado bastantes veces si no temo que en el recorrido hacia la paz y la reconciliación en Euskadi puedan producirse provocaciones de uno u otro tipo. Respondo que sí, que las temo y que hasta me parece bastante probable que surjan. Pueden sobrevenir como resultado de planes fríamente fijados por fuerzas interesadas en el fracaso del proceso o como fruto de iniciativas viscerales aisladas, inspiradas en la rabia y el deseo de venganza. Son «accidentes» -eventualidades, imprevistos- que, en efecto, pueden interferirse. Pero en tal caso habrá que seguir el ejemplo irlandés: lo que en ningún caso debe hacerse es actuar como esperan los provocadores.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de abril de 2006). Hay también un apunte de parecido título: Sin respuesta a las provocaciones.
Comentar