Dicen que no hay pruebas materiales que demuestren la implicación en el «caso GAL» de González y los otros tres ilustres aforados. Si se refieren a documentos autenticados, fotos, conversaciones telefónicas grabadas con la preceptiva autorización del juez, vídeos filmados ante notario y cosas por el estilo, parece que no hay, desde luego, demasiadas. Algunas sí, de todos modos: la casa donde estuvo secuestrado Marey tiene un aire bastante material. Cutre, pero material. Y la cinta que Amedo le grabó a Sancristóbal, también. Y los comunicados manuscritos de los GAL, lo mismo. Y, sobre todo, puede llegar a ser terriblemente material el célebre documento del CESID, si es que acaba apareciendo.
Pero es que, en cierto tipo de crímenes, las pruebas materiales no suelen menudear. Cuando los chicos de Alfonso Capone aparecían en la destilería de una pandilla rival y apiolaban a todos los presentes, rara vez acudían acompañados de notario. Y como los únicos que sobrevivían a la matanza eran los propios matones, pues o cantaba uno de ellos o no había modo de que los jueces castigaran el crimen. Naturalmente que, cuando uno de los gangsters se decidía a cantar, por lo que fuera -casi siempre porque le ofrecían un castigo menor-, los abogados del lugarteniente de Capone al que habían echado el guante clamaban contra el soplón y argüían que no había que creerle, que era sólo un mafioso confeso sin credibilidad alguna. Pero eso no impedía que el juez endilgara al acusado una sentencia de tomo y lomo.
Qué duda cabe: el ideal es que la Policía pille a los delincuentes in fraganti, o que haya testigos imparciales a puñados, o que los criminales dejen el escenario del crimen perdido de huellas. Pero, cuando no hay evidencias como ésas, también hay que juzgar. Y entonces los jueces deben echar mano de lo que tienen disponible.
En el caso de los GAL, y en lo relativo a los aforados, los jueces del Supremo cuentan con varios testimonios directos y algunos más de referencia. Pero eso, en rigor, no es lo principal. Lo principal es que todos esos testimonios ofrecen sin previo acuerdo una versión de los hechos que no sólo es lógica y «creíble», como afirma Garzón, sino que es -y ahí está para mí el quid- la única lógica y creíble.
Me da que el mando felipista está tratando ahora de endilgar a Barrionuevo la exclusiva del desaguisado. Lo deduzco, de un lado, por mi fina intuición, y del otro, porque ellos mismos lo dicen sin parar: «Aún lo de Barrionuevo, vale, pero lo de los otros...».
Me parece muy bien que pringue Barrionuevo, pero el asunto seguirá sin encajar del todo. Barrionuevo no pudo atreverse a tanto por su cuenta. Y, en todo caso, no pudo meter en danza al CESID y al PSOE. No dependían de él.
Hacen falta más piezas para completar el rompecabezas. Pero, sobre todo, hace falta querer que el rompecabezas se complete. Y que se vea la imagen total.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de agosto de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de septiembre de 2012.
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