Por necesidades que no hacen al caso, bajé ayer a la civilización desde mi refugio alicantino, en el que me he recluido para trabajar ajeno al mundanal ruïdo. Era la hora del aperitivo, así que cumplí con el rito: compré la Prensa y me senté a leerla en una terraza tomando el sol y una cerveza.
Abro El Mundo por la página 2 y me quedo de piedra. Allí, según se entra a mano izquierda, hay una columna que dicen que es mía, pero que a mí no me suena de nada. Ni siquiera el título. Sin embargo, no cabe duda: lleva mi firma y mi careto. Empiezo a leerla, no sin aprensión. Al momento se cumplen mis peores presagios. El estilo del artículo no ofrece duda: es de Albiac.
La aprensión inicial se convierte en perfecto horror. «¡Dios mío, ¿qué me hará decir este hombre?», clamo para mí. «¿Habré firmado un canto de alabanza al Mossad, una apología de Aznar, una declaración de amor a Jiménez Losantos, una incitación al asesinato de alguien?».
Compruebo que de los males, el menos: Albiac había elegido el día de ayer para estar excepcionalmente discreto. Su artículo se conformaba con quitar importancia a la permisividad de las tropas norteamericanas frente al saqueo del patrimonio cultural iraquí. Lo hacía por el muy hispánico sistema de comparar ese desastre con otros (en la línea de «¡Pues mira que tú!», «¡Quién fue a hablar!», etcétera). Por lo visto, una vez demostrado que en todas partes cuecen habas, las habas saben diferente.
Llamé al periódico. Me explicaron que se había producido una lastimosa concatenación de errores de edición. Les sugerí que concluyeran el texto de la Fe de Errores correspondiente con una frase lacónica: «Pedimos disculpas... a los dos».
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de abril de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de abril de 2017.
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