Para estas alturas, creo que la mía era la única columna de este diario -lo que no deja de tener su mérito, porque El Mundo cuenta con más columnas que la Acrópolisis entera- que no les había proporcionado a ustedes su parte alícuota de corcuerología. Heme hoy, pues, aquí, según se entra a mano izquierda, presto a enmendarme y a cumplir.
Y lo primero que he de decir justifica de paso el silencio que guardaba: a mí el señor Corcuera me produce una profunda y radical indiferencia. No le tengo el más mínimo aprecio -supongo que ya se lo maliciaban ustedes, pero tampoco particular inquina. Cada cual se define por los enemigos que elige. Y yo, los míos, la verdad, los prefiero más interesantes.
Un ministro del Interior nunca es interesante, porque para resultar interesante hay que ser diferente, y los ministros del Interior son siempre iguales. Un ministro del Interior puede ser hosco y tosco, o, por el contrario, educadísimo; no diferenciar un burdeos de un rioja o distinguir hasta la cosecha; besar la mano de las señoras o espetarles «¿Y a usted qué le importa?» cuando le hacen una pregunta. Pero todo eso es accesorio. En lo esencial -en lo que hacen en sus despachos- no se diferencian nunca en nada.
Por una razón básica: porque sólo hay un modo de ser ministro del Interior.
Antes de llegar al cargo sí que suelen presentar diferencias, y eso puede inducir a engaño. Recuerdo cuando hace años Poniatowski fue nombrado ministro del Interior en Francia. Muchos se declararon encantados: «Es un intelectual, un humanista». Pocos meses después, todo el mundo lo llamaba Ponia la matraque, o sea, «el Porras».
Y es que, si casi siempre es cierto que la función crea el órgano, cuando se trata de la función de ministro del Interior, el aforismo se cumple ad nauseam. Porque el cargo les empuja a actuar como defensores no de los ciudadanos, sino de los policías; a otorgar más importancia a la eficacia de la represión que al disfrute de la libertad; a velar mucho más por el Orden que por la Ley. A medida que ejercen de capos policiales, van habituándose a que los detenidos salgan de las comisarías con los hematomas de rigor, a que los jóvenes desgreñados sean tratados como delincuentes potenciales, a que los periodistas les produzcan urticaria y a que, si hay que montar algún GAL que otro, pues se monta y ya está.
Sabido lo cual, yo prefería que González pusiera en el puesto a alguien al que ya de antemano le fuera la marcha. Para abreviar.
No me ha defraudado del todo. Asunción ha sido carcelero mayor, y eso le da una gran experiencia para regentar la cartera de Interior. Porque, ¿qué mejor para Interior que un experto en internos?
Aunque me molaba más Eligio Hernández. Ese sí que habría sido un gran jefe de Interior. De hecho, hace tiempo que venía actuando ya como si lo fuera.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de noviembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de diciembre de 2012.
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