Tengo fama -creo que merecida- de ser un usuario de ordenador extremadamente prudente y precavido contra hackers, virus, troyanos, gusanos y demás ralea. Uso cortafuegos, dispongo de un programa para examinar los correos electrónicos antes de permitirles entrar en mi PC, no abro ningún fichero adjunto cuya procedencia desconozca (y, en cualquier caso, le paso un detector de virus antes de abrirlo), no navego por zonas internáuticas «de alto riesgo» y, sobre todo, cuento con el programa antivirus más profesional -también más caro, me temo- de los existentes en el mercado, que además actualizo a diario, haga sol, llueva o nieve.
Pues bien: pese a todo eso, un virus ha logrado destruir el disco duro de mi PC de sobremesa. El modus operandi del virus, muy resumido, es el siguiente: lo primero de todo, bloquea el anti-virus y el cortafuegos (no me preguntéis cómo); una vez logrado eso, entra en la memoria del ordenador y borra varios ficheros del sistema que son imprescindibles para que el disco arranque. Hecho lo cual, como no puedes trabajar con el disco duro, ni siquiera desde MS-DOS, te es imposible restablecer los ficheros dañados. Adiós al disco: tanto te daría que fuera de madera.
Supongo que no hará falta decir que eso representa una auténtica tragedia.
En mi caso menos que en otros, porque dispongo también de un ordenador portátil, al que paso cada poco los trabajos que hago en el de sobremesa (y viceversa). Además de eso, realizo con cierta frecuencia copias en CD de las carpetas de mayor importancia. Gracias a esas precauciones y alguna más que no cito para no ponerme todavía más pesado, la catástrofe no ha llegado a ser absoluta. Pero sí importante. Primero, porque siempre te olvidas de actualizar algo, o de copiar algo (lo sé por tristes experiencias anteriores). Y segundo, porque no vas copiando todo todos los días. Así, la avería de ayer se llevó por delante tres documentos recientes: la columna de El Mundo, que acababa de escribir pero aún no había enviado, los cuatro primeros folios de un breve ensayo sobre la situación de la Prensa hic et nunc y el esquema-borrador de la presentación de un libro, acto que se celebrará hoy justo a la hora del partido que juega la selección española (con lo que seremos cuatro y el del tam-tam, dicho sea en honor del escenario africano en el que trascurre la acción de la obra).
Os cuento todo esto porque he pensado que mi buena obra del día podría ser la de permitiros escarmentar en cabeza ajena, advirtiéndoos de que hay un virus por ahí capaz de hacer una faena como la descrita y sugiriéndoos que dediquéis unos minutillos a pensar qué tenéis en el ordenador que, en el caso de que se os fuera al carajo, no podríais recuperar y os haría polvo. ¿Vuestras obras completas? ¿Las cartas de amor de vuestros/as amantes? ¿Los datos de la declaración de la renta? ¿Las fotos digitales de las vacaciones pasadas? Repasadlo y haced las copias de seguridad correspondientes. Ya sé que no me lo agradeceréis nunca, porque sois una banda de ingratos, pero me da igual. Me conformo con la conciencia del deber cumplido.
P.S. Excuso decir que también he perdido un montón de correos electrónicos recientes. Si teníais alguna cuenta pendiente conmigo, volved a contármelo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (16 de junio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de junio de 2017.
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