Se ha convertido en el recurso universal de los seguidores de Rodríguez Zapatero. Pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, si el PSOE encuentra que algo es criticable, reclama la dimisión de quien le pilla por delante. Ayer fue el turno de Piqué, que comparó el terrorismo de ETA con el que se vive en Palestina. Para estas alturas, el PSOE ha exigido ya media docena de veces la dimisión de todos y cada uno de los ministros y ministras de Aznar, de casi todos los secretarios y subsecretarios de Estado, del conjunto de los presidentes de las comunidades autónomas gobernadas por los demás -no sólo por el PP: también las regidas por Pujol y por Ibarretxe-, de los alcaldes de cuantos municipios están gobernados por otros partidos...
Los boys scout tienen la obligación de hacer una buena obra diaria. Los responsables del PSOE, la de asegurarse que no haya día sin su correspondiente exigencia de dimisión.
Es pena que ese furor justiciero no lo ejerciten también dentro de su propio partido, destituyendo fulminantemente a cuanto preboste sociata mete el cuezo. ¿Que Bono dice que en Castilla-La Mancha no hay vacas y el público se mea de la risa en sus narices, porque las hay a miles? Ñaca: a la puta calle. ¿Que Rodríguez Ibarra insiste en que los jueces compiten a ver quien mea más lejos? Penalty y expulsión. ¿Que a Chaves le echan para atrás su peregrina fusión manu militari de las Cajas de Ahorro andaluzas? Idem de lienzo.
Pero quizá esa falta de rigor interno sea resultado de un mero intento de división de trabajo. Es verdad que un solo partido no puede asumir en exclusiva la carga de reclamar todas las dimisiones.
Esta tendencia zapaterista a convertir en rito diario las exigencias de dimisión o cese tiene un único inconveniente: que el día que crean que alguien debe dimitir de verdad nadie se va a enterar.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (26 de abril de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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