El siglo XX se va a cerrar con guerras parecidas a las que vivió en sus albores. Las de enmedio, entre los 20 y los 80, fueron casi siempre guerras de otro tipo. En realidad, probablemente eran del mismo, pero la humanidad las escenificó como si fueran menos mezquinas y trapaceras que las de este fin de siglo: se pensaba -nos pensábamos- que eran conflictos con fundamentos ideológicos, con sus buenos y sus malos. Buenos y malos a escala planetaria: los de izquierda teníamos nuestro bando y los de derechas el suyo, con lo que las pendencias foráneas animaban bastante los cotarros locales.
Ahora, por mucho que quiera, la izquierda no encuentra bando guerrero que aplaudir (están los zapatistas, pero lo suyo no es una guerra, al menos todavía) y, por lo demás, tampoco se sabe muy bien qué diablos es la izquierda, habida cuenta de los muchos que se dicen parte de ella y se comportan como los de derechas. (A los de derechas les pasa lo mismo, pero al revés: en las guerras de ahora, les sobran los bandos ideológicamente afines. Todos los combatientes exaltan la religión -una, la que sea- y cantan loas a los buenos viejos tiempos, en tanto se descuartizan alegremente. Ya hablaré de ellos otro día.)
La situación actual tiene aspectos negativos -muy evidentes- pero tiene también su lado positivo e interesante para todos aquellos que pretenden seguir situándose del lado de los parias de la tierra. Han desaparecido los conflictos que invitaban a tomar partido neto y sin mayores matices en contra de los unos y en favor de los otros.
Pero la experiencia ha mostrado que esas tajantes tomas de postura, aunque no fallaran a la hora de detectar malos, animaban a ovacionar con demasiada rapidez a los presuntos buenos. Y luego ha resultado que no eran tan buenos, o que no eran todos tan buenos, o incluso que eran francamente malos, solo que de otro género.
Las últimas guerras, en particular la que se vive en la ex Yugoslavia, están teniendo la virtud -alguna debían de tener- de forzar a lo que queda de izquierda honesta a ver los conflictos armados prescindiendo de los automatismos ideológicos de antaño. Ya empieza a comprender que no es obligatorio que un bando se proclame de izquierdas para que pueda tener, en lo fundamental, la razón. Y que puede tenerla incluso aunque sea islámico, o partidario del libre mercado. Y que hay guerras en las que no hace al caso buscar la razón, porque está rota y cada cual esgrime jirones de ella. Y que no basta con que alguien reciba algún apoyo de los EEUU para que sea obligatoriamente perverso...
La ventaja que tiene lo mal que hoy va todo y lo enmarañado que está el mundo es que ya no cabe afrontar la realidad con un puñado de esquemas apriorísticos. Ahora es imprescindible reflexionar por uno mismo, analizar en concreto, pensar.
Antes estábamos igual de in albis, pero no nos dábamos cuenta. Ahora sabemos todo lo que no sabemos. Es como se empieza a aprender.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de septiembre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de septiembre de 2011.
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