Fui injusto ayer. Atribuí a don Juan Carlos de Borbón y Borbón la responsabilidad exclusiva de que el día de Navidad no pueda ser proclamado en España "Día Sin Política". Me olvidé del Santo Padre y de su bendición urbi et orbi.
Otro pesado, y éste todavía más sopas. Me dijeron el otro día que está perdiendo el habla. ¿Cómo que la está perdiendo? ¡La ha perdido! Eso ni es habla ni es ná: un hilillo balbuciente, un leve rumor, apenas una psicofonía.
Se decía de Salvador de Madariaga, antecesor de los Solana y hombre políglota, que era un pesado que decía tonterías en muchos idiomas. Karol Wojtyla lo supera con creces. Ayer saludó hasta en birmano. Estoy seguro de que en Birmania se paralizó la vida ciudadana para oírle. Eché de menos que no utilizara el lenguaje de señas de los sordomudos. Debería ir entrenándose.
Cada vez que un político expresa un buen deseo genérico, todo el mundo se le tira encima diciéndole aquello de que "no basta con señalar las tareas; hay que poner los medios para cumplirlas". Si le aplicaran ese criterio al Papa, lo hacían polvo. Es increíble con qué tranquilidad se permite decir que todo debería estar bien, que sería estupendo que no hubiera guerras, que cuánto mejor si todos los niños estuvieran bien alimentados -aunque no sé por qué los niños sí y los demás no-, que qué estupendo si desapareciera el sida y que quiera Dios que nos vaya bonito. ¡Coño, pues negócialo tú con él, que tienes línea directa!
Lo más sangrante es que todos esos mensajes de humildad, caridad y amor universal los lanza a la ciudad y el mundo desde un palacio que vale su peso en oro y en representación de una institución que en España, sin ir más lejos, tiene el patrimonio privado más importante que exista.
¿Quién se supone que fue aquel que dijo: «Vende todo lo que tienes y sígueme»?
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (26 de diciembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de junio de 2017.
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