«No pasa de ser otra tregua más», dicen algunos. Pero no tienen razón. Es la primera vez que ETA habla de un «alto el fuego permanente», y no ha utilizado el adjetivo «permanente» al buen tuntún. Todo el comunicado que ayer dio a conocer da prueba de su voluntad de permitir que la política pase a primer plano, sin volver a interferir en ella con su acción violenta. Hasta ayer, había declarado treguas a plazo fijo -incluso de una semana-, treguas sectoriales -para tal o cual sector de la población, o para una u otra zona geográfica- e incluso una tregua que llamó «indefinida», pero dejando claro que cesaría de no concretarse determinadas condiciones. Ahora no dice que el alto el fuego esté condicionado a nada.
«Pero no dice que se disuelve», objetan. Ya. Obviamente. Aspira a negociar las condiciones de su disolución. Porque una cosa es reconocer que los problemas políticos deben ser discutidos entre las fuerzas políticas y otra rendirse de pies y manos, sin más. Lo primero era lo esencial, y ya está sobre la mesa. Lo siguiente habrá que propiciarlo. Cuando ayer muchas personas dijeron que esto puede ser «el comienzo del fin», reconocieron que se va a necesitar un tiempo y no pocos esfuerzos para precisar las modalidades que habrá de tener la autodisolución de ETA. Porque quizá sea exagerada la máxima que asegura que «a enemigo que huye, puente de plata», pero no parece insensato deducir que algún puente habrá que ponerle, sea de plata, de bronce o de aluminio. Porque lo que sí resultaría insensato es cerrarle las salidas hasta hacerle imposible la huida. A no ser que uno desee que la pendencia continúe, con su secuela de sufrimientos.
«¡Mucho cuidado con traicionar a las víctimas!», advierten.
Yo he oído a víctimas que opinan que estamos en la buena vía y otras que consideran lo contrario. En todo caso, me permito señalar que hay otras víctimas a las que es urgente no traicionar: las que todavía no se han producido. Porque la paz no es sólo un modo de cerrar una etapa del pasado. Es también, y sobre todo, en muy buena medida, una manera de preparar otro futuro, que no conozca más muertes violentas, más extorsiones, más secuestros, más torturas, más enfrentamientos civiles, más negación a los derechos de las mayorías y de las minorías.
He escrito aquí mismo que Rodríguez Zapatero hizo dos grandes apuestas al inicio de su trayectoria como presidente del Gobierno: el Estatut y la pacificación de Euskadi. La primera le ha quedado un tanto descompuesta. Pero la segunda acaba de dar un paso importantísimo. De seguir su recorrido hasta llegar a la meta, el actual jefe del Gobierno español se habrá ganado un lugar en la Historia, lo que no sé en qué medida le obsesiona, pero, muy específicamente, se habrá colocado en una excelente posición para obtener su reelección. Y eso es evidente que les obsesiona a muchos otros.
Javier Ortiz. El Mundo (23 de marzo de 2006).
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