El presidente de los EE.UU. ha mandado que vuelva a estrecharse el cerco militar sobre el régimen de Sadam Husein. Suenan de nuevo los tambores de guerra en el Golfo Pérsico. Un miembro de la misión de la ONU en Irak sostiene que toda la crisis provocada por los presuntos peligrosos planes bélicos encerrados en el Ministerio de Agricultura iraquí tuvo su origen en un malentendido y que se podía haber evitado. Pero el pobre se equivoca, porque lo que determina el grado de presión que ejerce George Bush sobre Sadam Husein no tiene gran cosa que ver con la situación real de la zona. De lo que depende, y mucho, es de los sucesivos sondeos de opinión que se están realizando de cara a las elecciones presidenciales estadounidenses. Cabe sospechar que, si las perspectivas electorales continúan siendo desfavorables a Bush, éste acabará por ordenar otra vez al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que le permita lanzarse a la guerra.
¿Preocupante? Sin duda. Pero lo más preocupante de este asunto es que la belicosidad de Bush se deba a su deseo de ganar prestigio ante los votantes norteamericanos. Viene a demostrarse así que el problema no estriba tanto en él como en aquéllos a los que representa. Idéntico fenómeno pudo observarse cuando el probable futuro presidente de los USA, Bill Clinton, en tanto que gobernador de su Estado, permitió la aplicación de una sentencia de muerte, no porque él fuera entsiasta de la pena capital, sino para atender el deseo de sus electores.
Muchos juzgan cruel y exagerada la tesis según la cual los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Hace un par de décadas, incluso se consideraba de buen tono, cuando se despotricaba contra el gobierno de un país, dejar sentado que la invectiva no se hacía extensible a su pueblo. La realidad de los USA invita a reconsiderar ese prurito. Es cierto que a los presidentes de los USA los elige una minoría. Pero eso no exime de responsabilidad a la mayoría que -por ignorancia, por inconsciencia o por hastío- se resigna ante ello.
La reflexión sobre los USA vale para todos aquellos Estados en los que el Gobierno procede del voto popular. O sea, también al nuestro. A lo largo de los últimos días, he dedicado no poco tiempo a escuchar opiniones sobre la desastrosa marcha del país y las brutales medidas de ajuste económico dictadas por el Gobierno. El estado de cabreo es, sin duda, general. Pero, cuando se lleva a los murmurantes hasta el punto clave -si tan mal les parece el Gobierno, que lo quiten-, los humos bajan vertiginosamente. «No hay alternativa», se justifican. Torpe excusa: carecer de recambio para un mal no obliga a apoyar que ese mal se perpetúe.
La cosa no tiene vuelta de hoja: allí donde los sádicos están a sus anchas, o es que hay muchos partidarios del sadismo... o es que hay muchos masoquistas.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de agosto de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de enero de 2013.
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