Me telefonea una amiga que está de paso por Madrid. Me dice que si quiero verla tiene que ser algo así como un cuarto de hora después, porque a continuación está liadísima. Es mujer con muchas ocupaciones y una agotadora vida social. Le respondo que no puede ser; que cuando venga con más tiempo me avise y ya nos veremos. A lo que me replica que la verdad es que me ha llamado de todos modos porque -dice- soy capaz de enterarme de que ha pasado por aquí y contar a todo el mundo que no me ha llamado. «Como tú publicas todo lo que te pasa...», me bromea.
Le río la guasa, porque sé que no le falta su tanto de razón. Es cierto que cuento bastantes cosas de las que me pasan. Es lógico. Por dos razones, complementarias entre sí: una, porque escribo mucho, y dos, porque tampoco me suele suceder gran cosa.
Tengo comprobado que alguna gente identifica eso con una especie de renuncia a la intimidad. O de exhibicionismo, incluso. No lo es. No mucho, por lo menos. En los apuntes -en las columnas- uno cuenta algunos sucesos y expone un montón de opiniones; a veces se refiere también a sus estados de ánimo. Pero no habla demasiado de su intimidad. Además, cuando se refiere a ella no tiene por qué decir la verdad.
Quienes están vendidos en ese aspecto son los poetas. Los intimistas, quiero decir. Se desnudan en público.
Yo no sería capaz de hacer una cosa así. Tal vez por ello renuncié a la poesía hace decenios. (Bueno: lo hice también porque me di cuenta de que era muy malo, pero eso, visto el gremio, tampoco tenía por qué haber sido un factor decisivo.)
En el otro extremo de las posibilidades del oficio de juntaletras se encuentra el escritor anónimo. Como es de suponer en una carrera tan larga y sinuosa como la mía, también me ha tocado ejercer de tal. En casi todas sus variantes. Fui durante muchos años autor de panfletos subversivos, que o no se firmaban o se firmaban con seudónimo, por razones obvias. Instalado ya en la legalidad, he escrito también en muchas ocasiones con seudónimo, por muy diversos motivos. En tiempos de extrema precariedad económica, serví también de negro para algún autor de campanillas. He escrito igualmente en alguna ocasión para amigos o amigas que tenían que hacer algún trabajo y no sabían cómo afrontarlo. En fin, he sido muy prolífico editorialista. Hechas todas las cuentas, me sale que, en los 40 años que llevo publicando, he escrito muchos más folios no firmados que firmados. Y sostengo que no está nada mal ser un autor anónimo. A veces. Según cómo, cuándo y por qué.
Pero, por regla general, apetece más que te hagan caso. Y saber que te lo están haciendo a ti.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de noviembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de noviembre de 2017.
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