Alguna gente consigue que me sienta transparente.
Lo logran con frecuencia los camareros. Tienen la habilidad de hacer como que no ven mis aspavientos. Ya sé que están entrenados para desviar la mirada de la dirección hacia la que no pueden dirigirse, porque están haciendo otra cosa. Pero lo mío es especial: no me hacen caso aunque me miren.
El otro día estaba en un abarrotado bar de carretera tratando de encargar un pepito de ternera. Sin ningún éxito, por supuesto. Al cabo de dos o tres horas, más o menos, se acercó el camarero hacia mi rincón y le preguntó a un joven -mucho más alto que yo, obviamente- que estaba a mi lado: «¿Qué va a ser?». Agarré un rebote de mucho cuidado: «Pues no sé», me metí por medio. «Con el tiempo será ingeniero, o médico, o abogado. Pero yo he llegado antes que él». El camarero me miró con una sonrisa helada: «No, señor. Él estaba antes». A lo que el joven, para mi sorpresa, terció: «No. Él estaba antes». Casi le doy un abrazo.
Está claro que los dirigentes del PP han pasado por alguna escuela de hostelería. Tienen la habilidad de escucharme y hacer a continuación como si no hubiera hablado nadie.
Cada vez que me topo con uno que se refiere al proyecto de Ley de Partidos Políticos y repite: «Nosotros jamás hemos dicho que queramos prohibir ideologías», le contesto: «Falso. El vicepresidente Rato manifestó hace más de un mes, en una entrevista publicada en El País, que ustedes sí que quieren prohibir ideologías. Es más: se declaró muy preocupado porque haya quien dice que no cabe prohibir estas o aquellas ideas».
Y me quedo esperando a que me respondan: «Pues Rato se equivocó». O, por lo menos: «¿Ah, sí? ¿Está usted seguro? Yo no lo leí». Pero no. Ellos continúan con su discurso, como si nada. Igual que si no me hubieran oído.
Rato afirmó eso, pero lo suyo es como lo del rey desnudo. Qué digo yo: más maravilloso todavía, porque en su caso da lo mismo que alguien proclame a voces que está desnudo. Sus colegas hacen como si no, y a correr.
De todos modos, es absurdo discutir sobre la hipotética prohibición de tales o cuales ideas. Naturalmente que ellos no pretenden prohibir ideas. Porque es imposible. Todo el mundo es libre de pensar lo que le dé la gana. Incluso en la más férrea de las dictaduras. Con tal de que no lo diga, claro.
De lo que estamos hablando no es de pensar, sino de decir. Y ellos sí se proponen prohibir la expresión de determinadas ideas. De hecho, el Código Penal ya lo hace, así sea veladamente. Por ejemplo: si yo me extendiera aquí en mi conocida tesis sobre la inferioridad de la raza blanca -¿qué digo inferioridad? Perversidad intrínseca-, ilustrándolo con un curso de tropelías raciales comparadas, podría ser acusado de promover el racismo y condenado a pena de prisión de uno a tres años y multa de seis a doce meses (art. 510 del CP). Ya sé que el Código habla de «promover», no de «expresar», pero eso no pasa de ser un torpe subterfugio, porque lo uno y lo otro se confunden: si argumentas una idea, la defiendes, y si la defiendes bien, la promueves.
Así que, mírese como se quiera, eso es lo que pretende la nueva Ley, entre otras cosas: limitar la libertad de expresión. Eso sí: con la mejor de las intenciones. Para que todos los españoles vayamos siendo más correctos. Y más españoles.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (14 de mayo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de abril de 2017.
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