Afirman los dirigentes del PSOE que ellos acatan la sentencia del caso Marey.
Acatar, según el diccionario, quiere decir «mostrar sumisión y respeto». Ellos no han dado prueba alguna ni de lo uno ni de lo otro, y sí, y muchas, de todo lo contrario.
La cháchara política española rebosa de hipocresía. Es hipocresía pura proclamar que se acata una sentencia cuando se está poniendo de vuelta y media a los magistrados que la han dictado, acusándolos de plegarse a dictados políticos, esto es, de prevaricar.
Pero no hay nada de novedoso en esa hipocresía. Es la misma que han exhibido tantas veces al asumir responsabilidades. ¿Cuántas veces no hemos escuchado al uno o al otro decir, al verse en un embrollo: «Asumo toda la responsabilidad»? Lo sueltan con tono campanudo, y a continuación no hacen nada, y se quedan tan anchos.
Visten la mona de seda. Y no parece que eso deje a la mona tal cual, porque la opinión pública no patea al final de la representación.
Otra hipocresía, ahora de moda: la de quienes proclaman que, tras la sentencia, el Gobierno ha de ser magnánimo y mostrar altura de miras. Extrañamente, son gentes que apenas ayer aplaudían gozosos la sentencia porque -decían- pone en evidencia que «la ley es igual para todos». Si la ley es igual para todos, lo ha de ser no solo a la hora de dictar las sentencias, sino también -y sobre todo, digo yo- a la hora de asegurar que se cumplan.
Es de cajón. Si el Supremo ha condenado a Barrionuevo y a Vera a diez años de cárcel, es porque considera que deben pasar ese tiempo recluidos, para compensar a la sociedad por los graves delitos que cometieron. Si el Gobierno decidiera hacerlos beneficiarios de medidas excepcionales de gracia y los sacara de la cárcel -hablo en el supuesto de que lleguen a entrar en ella-, ¿qué haría, sino anular el fallo de la Justicia y demostrar que la ley no es igual para todos?
El fin constitucional de la pena de cárcel es la reinserción social del reo. Yo defendería sin pestañear el indulto de Barrionuevo y a Vera si estuvieran reinsertados, esto es, si hubieran dado muestra de estar arrepentidos de lo que hicieron. Pero no es así. Muy al contrario: reivindican el acierto de sus actos pasados y hasta exigen que se los aplaudamos. Eso es contumacia.
¿Magnanimidad? ¿Altura de miras? Paparruchas. Lo que piden es, pura y simplemente, que el Gobierno deje en nada la sentencia del Tribunal Supremo por razones estrictamente políticas: para evitar eso que Jordi Pujol, campeón de hipócritas, llama «la fractura». Es decir, para que al PSOE se le pase el enfado y se pueda volver cuanto antes al compadreo general.
Quieren que unos continúen en la cárcel por difundir un vídeo y que otros, convictos de secuestro, no lleguen ni a enterarse de cómo se vive en una celda. Y que nos tomemos eso como prueba palpable de que la ley es igual para todos.
Que no cuenten conmigo.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de agosto de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de agosto de 2011.
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