Según la Delegación del Gobierno en Madrid, la manifestación que se celebró el sábado en la capital del Estado contra la política antiterrorista del Gobierno central («contra la política terrorista de Zapatero», dijo Ana Botella), congregó a 110.000 personas. Al poco, oí que el Ejecutivo de Esperanza Aguirre sostenía que los manifestantes habrían sido en realidad 1.400.000. O sea, casi 13 veces más. No tardé apenas nada en enterarme de que los propios convocantes elevaban el cómputo a 1.700.000. Me paré ahí, pensando en que ya sólo faltaba que Ángel Acebes se creyera en la obligación de realizar una estimación propia.
Este asunto de la manifestación madrileña pone de relieve dos importantes problemas que tiene la dirección del PP.
El primero es de credibilidad. Lleva ya tanto tiempo practicando el ditirambo, la exageración y el tremendismo que, cuando hace una afirmación, buena parte de la ciudadanía se la toma pensando que de eso, seguro que la mitad de la mitad, si es que no mucho menos. «¿Que casi dos millones? Si había 200.000, van que chutan», se dice el personal.
Si los dirigentes del PP quisieran volver creíbles sus cifras sobre la manifestación del sábado, no tendrían más que hacer públicas las fotografías aéreas de la concentración. Bastaría con saber la cantidad de personas que entran en un metro cuadrado de terreno en un día de lluvia y con paraguas, y calcular los metros cuadrados ocupados por los manifestantes.
¿Cuánta gente hubo, realmente? No creo que sea demasiado importante. Doy por hecho que, de saberse la cifra real, entraría fácilmente dentro de los márgenes de convocatoria que muchos le habríamos concedido al PP de antemano, sin necesidad de que se gastara nada en autocares. Hay manifestaciones que cobran importancia política porque su éxito desborda las previsiones. Por ejemplo, la que se realizó el pasado 18 en Barcelona bajo el lema Som un nació i tenim dret de decidir. ¿Por qué? Porque cogió con el pie cambiado a quienes han pactado el Estatut con rebajas, y en especial a CiU. Pero que el PP congregue una concentración como la del sábado en Madrid no aporta nada que no se supiera de antemano.
Y ése es el segundo problema que afrontan los de Rajoy: que están siguiendo una política de exaltación progresiva de sus incondicionales, lo cual sin duda contribuye a volverlos cada vez más agresivos y virulentos, pero no aumenta su número. Tanto más se crispan y crispan, tanto más generan una reacción de distancia en la población con menos ganas de gresca, que es muchísima. Están volviendo a toparse con el viejo problema de su techo electoral. Son los que son, y con eso no les basta.
Así las cosas, no faltan los que sostienen que, en este momento, el mejor agente electoral de Zapatero es Rajoy. Puede que tengan razón. Zapatero, desde luego, no lo es.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de febrero de 2006).
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