Temo que González regrese a La Moncloa; no lo oculto. Amargado como se halla, furioso, estoy seguro de que la emprendería a muerte -espero que esta vez en sentido figurado- contra los que considera que fuimos causantes de su caída en desgracia (porque sigue sin darse cuenta de que el principal causante de sus males fue -es- él mismo).
Pero mi miedo al regreso triunfal de González, con ser grande, no obnubila mi entendimiento ni altera mi visión del mundo.
Uno tiene sus principios. Y los principios, para que sean tales, deben estar allí donde su nombre los sitúa: por delante de todo lo demás. Por delante también de los temores. Por delante también de los intereses personales. Los principios deben primar siempre. En todo caso. Ocurra lo que ocurra.
Tener principios acarrea ciertos inconvenientes. Te puede exigir, por ejemplo, poner a caldo al Gobierno de Aznar cuando éste comete errores o abusos, lo cual sirve -indirectamente, pero sirve- a la causa de González. Y a la de su retorno.
A mí me gustaría que Aznar y los suyos hicieran bien las cosas. No sólo porque eso contribuiría al bien común, sino también porque ayudaría a que no volviera el tal González, cosa que -no sé si lo habré dejado del todo claro- me apetece más bien poco. Pero el caso es que a veces la gente de Aznar la pifia a base de bien, y ocultarlo -o maquillarlo, o buscarle esta o la otra excusa- supondría una traición a los principios que más respeto, entre los que ocupa un lugar preeminente el deber de denunciar los yerros y desmanes de quienes tienen el poder en sus manos. Sea quien sea.
Y el que es ahora es José María Aznar, que es ese caballero que empezó por nombrar ministro de Defensa a Eduardo Serra, que siguió negándose a que se formara una comisión parlamentaria sobre los GAL, que optó luego por no desclasificar los papeles del Cesid, que promovió algo más tarde un anteproyecto de ley sobre secretos oficiales que era una auténtica joya del despropósito, que tras haber proclamado enfáticamente que RTVE no debía ser partidista logró que se dividiera entre partidarios del PP y partidarios del PSOE, que ha tenido el honor de nombrar a Mónica Ridruejo, a Ortiz Urculo y a Jesús Cardenal...
Si a lo que está mal, incluso desde su punto de vista, añado lo que a mí, por razones tanto ideológicas como políticas, me cae como un tiro, aunque a él le encante -su reverencia hacia las macrocifras, su gusto por Maastricht y el euro duro, su tendencia a privatizar según el modelo de Joto, que se hizo famoso por vender la moto para comprar gasolina... y tantas otras cosas-, lo que me queda es un Gobierno sólo circunstancialmente defendible.
Quizá mis críticas beneficien a González. A fe que me disgustaría. Pero me parece más importante que nadie me pueda reprochar que en 1982 tenía unos criterios, otros en 1992 y otros en 1997. Por el aquel de los principios, de los que les hablaba al comienzo. Por el aquel de la coherencia.
Javier Ortiz. El Mundo (4 de junio de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de junio de 2012.
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