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2002/05/20 08:00:00 GMT+2

Presentación de «Repensar la prensa» en Madrid

El libro a cuya presentación asisten hoy («Repensar la prensa») ustedes aborda la realidad de los medios de comunicación desde tres perspectivas diferentes, nacidas de tres experiencias profesionales particulares. Tres experiencias no necesariamente excluyentes, y tal vez, con suerte, incluso complementarias.

Les hablaré someramente de la mía.

He trabajado como periodista durante más de 35 años. A lo largo de ese tiempo he hecho casi de todo, desde redactar panfletos hasta dirigir revistas de lujo, pasando por buena parte de las posibilidades intermedias, que no son pocas. He sido reportero, analista, jefe de sección, redactor-jefe a la vieja usanza, corrector de pruebas, ocasional crítico de cine, de música y de televisión, maquetista, entrevistador, fotógrafo de circunstancias, editorialista, columnista... Por hacer, hubo un tiempo el que hasta me tuve que encargar de confeccionar crucigramas y horóscopos.

Como comprobarán cuantos tengan la paciencia de leer las páginas que he escrito para este libro, el balance final que hago de la profesión periodística, después de tan largo como variopinto recorrido, dista de ser halagüeño. No me refiero a mi balance personal, del que difícilmente podría quejarme, sino a mi consideración del oficio y, sobre todo, de sus productos más característicos.

Me ha tocado asistir desde dentro -a veces desde muy dentro- al proceso de degradación galopante que ha experimentado a lo largo de los últimos diez o doce años el periodismo escrito, por lo menos en lo que a los principales medios de comunicación se refiere. Un proceso de degradación que los ha llevado a convertirse, más allá de ciertas apariencias, en fríos engranajes de tales o cuales poderosas maquinarias del poder económico y político.

Como explico en la parte de este libro que me toca, se trata de un fenómeno a escala mundial, estrechamente vinculado a la tan traída y llevada globalización -santificada por unos, vituperada por otros- de la que Madrid ha sido protagonista este pasado fin de semana. La creciente concentración de la propiedad de los medios, su imbricación en empresas con fuertes intereses exteriores al mundo de la Prensa y la internacionalización de esas grandes empresas han transformado de modo muy sustancial la realidad de la profesión periodística.

Quienes hayan tenido ya tiempo de hojear este libro habrán leído que, en las actuales circunstancias, no creo que sea viable la promoción de medios de comunicación realmente independientes y críticos que consigan tratarse de tú a tú con los grandes medios ya instalados. Lo entiendo así porque sé que un medio poderoso -un periódico con peso específico a escala de todo el país, un canal de televisión generalista o una cadena de radio- no puede mantenerse hoy en día sin una fuerte inyección de ingresos publicitarios, y el mercado de la publicidad está ya muy acotado (en todos los sentidos, incluido el ideológico).

No me extenderé en el desarrollo de estos argumentos, abordados in extenso en el libro. Confío en picar con ello la curiosidad de quienes no lo hayan leído y animarles a comprarlo.

Lo que sí me gustaría es compensar de algún modo, siquiera sea en parte, el desolador retrato de la realidad del mundo de la comunicación de masas que ofrezco en el libro. Porque, a fuerza de describir su parte más negativa -que es con mucho la principal: no quisiera llamar a engaño-, podría parecer que considero que es la única, y que ya no queda resquicio alguno para la información libre y sin ataduras. Lo que no es cierto.

En primer lugar, el hecho de que considere que no cabe en estos momentos poner en pie un gran medio de comunicación diaria elaborado extra muros de la máquina del Poder no quiere decir que me parezca imposible sostener medios de comunicación menores, pero influyentes. Tenemos aquí con nosotros a Manolo Revuelta, estrechamente vinculado a la experiencia de Le Monde Diplomatique. A través de sus diversas ediciones, Le Monde Diplomatique es un medio que se ha ganado a pulso un considerable predicamento internacional y un indiscutible prestigio, incluso entre quienes mantienen posiciones diametralmente opuestas a las suyas. En algunos países existen periódicos de espíritu crítico, e incluso diarios, que han conseguido sobrevivir, modesta pero firmemente, y que siguen en la brecha. Dicho de otro modo: la imposibilidad de alcanzar lo óptimo no justifica la renuncia a conseguir lo bueno, o hasta lo regular. Sea cual sea el espacio disponible para el periodismo crítico en el mercado convencional, hay que ocuparlo.
Pero es que, además, existen otras posibilidades, fuera de la órbita del periodismo clásico, que pueden ser exploradas por las iniciativas críticas, y que de hecho ya lo están siendo, aunque todavía de manera relativamente incipiente.

Como viejo usuario de Internet -casi pionero-, soy consciente de sus límites, que son muchos, pero también de sus posibilidades, que son más. La Red ofrece alternativas de información excelentes y a muy bajo coste. Existen ya agencias de información y periódicos digitales que cuentan con audiencias realmente amplias. Sin ir más lejos, las páginas del periódico digital Rebelión, hecho en España, tuvieron el pasado mes de abril 1.700.000 visitas: cerca de 57.000 diarias, como promedio. Y Rebelión es un modesto periódico digital alternativo, hecho por un reducido grupo de jóvenes periodistas en sus horas libres.

Yo mismo suelo bromear, cuando asisto a actos como éste, con la diferencia de posibilidades que ofrece Internet con respecto a las fórmulas de comunicación convencionales. A veces me desplazo muchos kilómetros para dar conferencias a las que finalmente asisten, en el mejor de los casos, 200 o 300 personas. Sin embargo, mi página personal en Internet, que actualizo a diario, tiene todos los días el doble de lectores. Y los consigo sin moverme de casa.

Claro que ésa es la fuerza de Internet, pero también su talón de Aquiles. Porque todo lo que tiene de ventajoso y sencillo lo tiene también de poco rentable. Es muy difícil rentabilizar -en dinero, quiero decir-el trabajo que se hace para Internet. Y una labor que no da dinero, por barato que resulte materializarla, tiene por fuerza una existencia problemática. Y unas posibilidades de desarrollo muy limitadas. ¿Cómo profesionalizar la información crítica por Internet? Hay veces que me pregunto si ésa no es la cuadratura del círculo.

Otra posibilidad, ésta todavía no explorada por el periodismo crítico -aunque sí por algunas sectas religiosas y otras o más o menos pornográficas-, es la televisión. En Madrid hay ya varios canales de este género, gracias a los cuales uno puede pasarse todo el día entre divinidades, tarots, tetas y culos. En los Estados Unidos de América menudean las emisiones de telepredicadores, algunas de ellas organizadas en cadena. Me pregunto si no podrían buscarse huecos de ese tipo para la prensa inconformista.

Ítem más. Las empresas de emisión digital vía satélite son, por lo menos en teoría, carriers, es decir, distribuidores de señales procedentes de medios no sólo propios, sino también ajenos, cuyos contenidos -siempre que no sean ilícitos- están obligadas a respetar. Yo no descartaría tampoco la posibilidad de poner en el aire por esta vía emisiones de información y análisis de contenidos independientes.

Hay quien dice que tengo una visión muy pesimista de la situación de los medios de comunicación. Yo no me creo ni pesimista ni optimista. Realista, sin más. Pero, del mismo modo que constato que los grandes medios han llegado hoy en día a extremos de mediatización y subordinación sin precedentes, monopolizando lo esencial del escenario periodístico, creo también -y no por ningún acto de fe, sino por mero reconocimiento de la experiencia histórica- que el ansia de información no mediatizada y de opinión crítica acaba abriéndose paso. Un poco antes o algo después. Porque constituye una necesidad social. Casi nunca mayoritaria, por desgracia -por desgracia según mi criterio, por supuesto-, pero sí lo suficientemente amplia como para avalar su presencia más allá de lo meramente testimonial.

Hablaba al principio del balance que hago de mis 35 años de actividad profesional como periodista. La severidad de mi juicio no es retórica. Y menos aún fruto de ninguna frustración personal. Es la conclusión a la que me han movido los hechos.

A veces me preguntan: «Y, si eres tan crítico con los grandes medios de comunicación, ¿por qué trabajas para uno de ellos?». Muchos no saben que, precisamente en función de estas consideraciones, opté hace ya dos años por renunciar al periodismo activo y abandoné mi puesto de subdirector de El Mundo, refugiándome, con la amable aquiescencia de la dirección del diario, en la tarea de columnista, como colaborador externo.

Pero es cierto que sigo escribiendo para un medio importante, con el que soy muy crítico.

Las razones por las que lo hago me parece casi ocioso mencionarlas: lo mío es escribir y, si un medio importante publica lo que escribo, y lo publica tal como lo escribo, por mi parte no hay objeción alguna.
En todo caso, la pregunta que valdría la pena plantearse -y que planteo, porque enlaza con lo que he venido exponiendo hasta aquí- es la contraria: por qué un medio importante publica artículos en los que se defienden puntos de vista que son abiertamente contrarios a la línea editorial del propio medio.

No es algo que me afecte sólo a mí, ni es algo que afecte sólo a El Mundo. De hecho, todos los periódicos que pretenden dar una imagen solvente y aspiran a ser tenidos como referentes cuentan con una cierta nómina de colaboradores heterodoxos, críticos, no asimilables a los postulados básicos en los que coinciden todos ellos, más allá de sus diferencias empresariales y políticas. Descartado que lo hagan por un incontenible afán caritativo o porque tengan vocación de coleccionistas de gente rara, sólo cabe concluir que recogen esos planteamientos porque los consideran rentables. Porque saben que cubren con ellos un espectro comercial más amplio del suyo natural. Porque les consta que hay sectores sociales de cierto peso que se inclinan en esa dirección. Sectores minoritarios, sin duda, pero para nada menospreciables.
La existencia de esos espacios atípicos dentro del panorama ideológicamente uniforme de los grandes medios parece demostrar que hay razones para sustentar lo que antes afirmaba: existe un público que demanda otro modo de informar y de opinar, menos complaciente -o nada complaciente- con el orden establecido.

Así las cosas, toda la cuestión estriba en saber si cabe -o más bien cómo cabe- proporcionar a esos sectores sociales el tipo de prensa que demandan.

En eso es en lo cavilo -en lo que estamos cavilando bastantes- en estos momentos. Ya verán cómo acaba saliendo algo.

Javier Ortiz. (20 de mayo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de junio de 2019.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2002/05/20 08:00:00 GMT+2
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