Intervención de Javier Ortiz en la presentación del libro «Los nuevos conquistadores», de Daniel Zecchini y Jorge Zicolillo (Ediciones Foca, 2002) realizada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 9 de julio de 2002.
Por regla general, un editor es un señor -o una señora- que se dedica a publicar libros que considera que pueden tener la suficiente aceptación comercial como para justificar la inversión que ha realizado en ellos.
El editor no tiene por qué estar de acuerdo con lo que se dice en los libros que publica. Ni siquiera es obligatorio que le parezcan interesantes, a él personalmente. No los juzga a partir de sus gustos particulares, sino pensando en los muy distintos géneros de compradores de libros que existen, cada uno de los cuales cuenta con sus propios centros de interés (centros de interés que, por lo demás, no tienen por qué guardar demasiada relación ni con la calidad literaria ni con el rigor intelectual de las obras).
Esto no quiere decir que todo editor esté inevitablemente dispuesto a publicar cualquier cosa con tal de que venda. Ni mucho menos. Cada editor tiene sus propios criterios de selección.
Ustedes dirán: «¡Menos mal!». Y yo les contestaré: depende.
Depende, en concreto, de cuáles sean esos criterios. No en su exposición genérica y abstracta, sino en su concreción práctica.
El criterio de la calidad, que es uno de los más frecuentemente manejados, resulta de una portentosa elasticidad funcional. Se esgrime reiterada y eficazmente para no publicar obras de autores desconocidos, pero apenas nadie lo recuerda cuando las obras eventualmente mediocres, o directamente malas, van firmadas por autores de los que venden.
El rechazo del amarillismo constituye otro criterio de posibilidades harto vaporosas. En nombre de la "seriedad" y de la necesidad de huir de "lo escandaloso", se rechazan a veces libros perfectamente rigurosos, pero incómodos para el editor, porque pueden tocar las narices de este o aquel personaje o de tal o cual poder de ésos que se suelen llamar «intocables», no porque realmente lo sean, sino porque la mayoría no se atreve a tocarlos.
Todos sabemos de editoriales que han firmado sustanciosos contratos con algunos autores sobre proyectos de libros, y que luego, a la vista de los manuscritos, se han echado para atrás, renunciando a publicarlos, no porque los creyeran carentes de interés o de atractivo comercial, sino porque no querían correr riesgos.
Suelen pretender que se trata de decisiones supracomerciales. Pero es falso: son estrictamente comerciales. Renuncian a un negocio concreto para no poner en peligro su negocio en general. Porque en este país -y supongo que en muchos otros- ganarse la enemistad de una gran multinacional o de un gran banco es peligrosísimo. Y para qué va a hacerlo quien ni siquiera tiene ganas.
A decir verdad, a mí no me preocupa lo más mínimo que en España se publiquen sin parar libros de baja calidad o escandalosos, que a menudo no tienen más atractivo que la popularidad de quien los firma (digo de quien los firma, no de quien los escribe). Me deja frío que ya no queden casi presentadoras de telediario o pronosticadores del tiempo que no tengan publicada su novela, ni ligones famosos que no han cumplido todavía los 25 años y ya están dispuestos a escribir sus memorias. Me es indiferente. Que cada cual publique lo que le venga en gana y que el público gaste su dinero como lo tenga a bien.
Lo que de veras me preocupa es que haya libros interesantes, del género que sea -trabajos de investigación, ensayos, novelas: me da igual, a estos efectos-, que acaben acumulando polvo en un cajón porque nadie se ha atrevido a publicarlos. Porque son considerados libros de riesgo.
En mi criterio, es en ese terreno en el que cada editorial debe demostrar de qué va y en qué medida tiene clara la diferencia que hay entre la edición de libros y la venta de churros, dicho sea con todos los respetos hacia los maestros churreros.
El libro que hoy nos congrega aquí entra de lleno dentro de la categoría de lo que he llamado libros de riesgo. Lo más de lleno que humanamente cabe en este país, puesto que no se mete con una multinacional española, sino con todas, y no pone de vuelta y media a ningún gran banco, sino a todos, y no deja a la altura del barro a uno de los dos grandes partidos políticos que se turnan en el Poder en España, sino a los dos. Es, en suma, el conjunto del establishment empresarial y político del Reino de España el que queda con sus vergüenzas bien a la vista del público. El establishment empresarial y político del Reino de España... y el de la República Argentina, por supuesto, sin cuyo concurso no habría sido posible la intensa labor de rapiña que éstos, aquellos y bastantes más como ellos han desarrollado allí mano a mano, hasta llevar al país a la miseria en la que pena actualmente.
Es la historia de esa rapiña la que cuentan Zicolillo y Zecchini en Los nuevos conquistadores. Y ha sucedido tal como la cuentan, ténganlo por seguro.
Pero no porque los autores lo digan, sino porque lo demuestran. Si su alegato resulta realmente vitriólico, es porque no se apoya en adjetivos calificativos o descalificativos, sino en datos: en fechas, en nombres, en reuniones, en informes, en testimonios, en actas.
Zecchini y Zicolillo respaldan documentalmente todo lo que afirman. No sólo no adjetivan nada gratuitamente, sino que incluso renuncian a adjetivar cuando han proporcionado ya datos más que suficientes para avalar su derecho a hacerlo.
Estamos, a mi juicio, ante un libro modélico.
Es modélico, para empezar y muy obviamente, por el trabajo de investigación que encierra. Se basa en una minuciosísima reconstrucción de los hechos, seguidos paso a paso en sus más variadas vertientes.
Es modélico, en segundo lugar, porque, aunque penetra en terrenos que podrían resultar áridos para el lector no especializado, lo hace ordenando tan adecuadamente los datos y ligándolos a la secuencia de los acontecimientos con tanta precisión que cualquiera puede seguir el hilo de lo sucedido y entenderlo sin la menor dificultad.
Es modélico, en tercer lugar, por lo que ya antes he avanzado: porque los autores, pese a referirse a hechos que revuelven las tripas incluso con un océano de por medio, pese a estar escribiendo de algo en lo que les va el cuerpo y el alma, se contienen, se guardan para sí el grito y la rabia y dejan que sean las realidades, cruda y directamente expuestas, las que se encarguen de clamar al cielo.
En fin, cabe considerar modélico este libro también por la corrección, la agilidad y la soltura de su estilo literario. En general, los trabajos de investigación periodística -no digamos ya los escritos entre varios- suelen tener una redacción de urgencia, casi siempre mal vestida y peor peinada. Los nuevos conquistadores, en cambio, es un libro escrito con mimo, tratando de que la calidad literaria esté a la altura de la excelencia periodística.
Obviamente, cuando los responsables de Ediciones Foca decidimos publicar el trabajo de Zicolillo y Cechini sabíamos ya muy bien a lo que habríamos de atenernos. Dimos por supuesto que los responsables de los principales medios de comunicación, cuyas relaciones con las grandes empresas y los más importantes bancos son sobradamente conocidas, no iban a tener un particular interés en hacerse eco de las virtudes de esta obra. Un libro que pone en la picota a Telefónica, a Repsol, a Endesa, a la SEPI, al SCH, al BBVA, a La Caixa, al PP, al PSOE y al propio monarca está condenado a pasar apuros. Lo sabíamos y lo seguimos sabiendo.
Pero también estamos constatando que es verdad lo que pensamos desde el principio, y que nos dio la confianza necesaria para tirar para adelante con este proyecto: que tampoco es tan fácil silenciar la verdad; que cuando la denuncia es seria y rigurosa, siempre encuentra oídos dispuestos a escucharla. El libro se va abriendo camino con firmeza en el mercado, y yo confío en que ustedes, si lo leen, ayudarán a ello, porque verán que lo merece.
Javier Ortiz. (9 de julio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de diciembre de 2017.
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